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De Vento a La Lenin, a paso marcial.
Las escuelas vocacionales, propósito de futuro.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Terminar la enseñanza primaria con alto promedio en mis notas académicas, me brindaba la posibilidad de comenzar estudios secundarios, en una de las escuelas que ya por el año 68, gozaba de gran prestigio en la educación cubana, Vento Secundaria, Escuela Vocacional de Monitores y Círculos de Interés.

Al inicio de semana del mes de septiembre de 1969, llegué por primera vez al Laguito, lugar donde se asentaba la dirección y casas albergues de la escuela, surgida tres años atrás, cuando en el teatro Chaplin, durante la clausura de los encuentros nacionales de monitores y círculos de interés científico técnicos, germinara el propósito de crear una nueva escuela, moderna, donde se dieran las condiciones, para que se pudieran alcanzar las vocaciones al máximo desarrollo, una escuela que sirviera como premio y estímulo al esfuerzo realizado por todos y cada uno de los participantes de aquellos encuentros. Una escuela que sirviera como vanguardia, que sirviera como piloto, y que sirviera como modelo de lo que debían ser las escuelas del futuro de Cuba.

En aquel encuentro, participaron estudiantes de todo el país, con inquietudes para la investigación y desarrollo de nuevas tecnologías, aquellos que tres cursos antes, habían sido fundadores de la escuela que nos recibía, se convertían en nuestros guías y algunos de ellos con el desarrollo del curso, ejercerían como profesores de diferentes materias.

Pronto nos adaptamos a la férrea disciplina de la escuela, a la sazón del cocinero y a las largas caminatas que teníamos que hacer, desde el Laguito hasta La Coronela, lugar donde se hallaba instalado el edificio docente. Al menos ya desde entonces, vislumbrábamos que la formación del hombre nuevo, comenzaba con una alimentación estable y digo estable, porque no faltaba en nuestras bandejas de comedor, tres componentes fijos, el chícharo, el arroz y el pescado jurel y por otra parte, con las caminatas, con lo que estaba garantizado la forma física del hombre del futuro.

Destacaban entre los estudiantes de mi curso, los que llegaban del interior de la isla, muchachos, casi niños, que no habían salido nunca de su entorno, razón por la que les costaba mucho más, el proceso de adaptación, recuerdo en especial a un muchacho bajito, corpulento, de pelo rizado y piel curtida por el sol, de ojos vivos y marcada inteligencia, llegado desde un pequeño caserío de Guantánamo donde había nacido doce años atrás.

Antenogenes, era el nombre al que respondía este muchachito inquieto y a la vez parco en palabras. Cuando hablaba, lo hacía con mucho acento, como cantando y al que se le entendía solo la mitad de lo que decía. Los primeros días se mantuvo en un perfil bajo y apenas se le escuchaba, pasado un tiempo, fue como si nos lo hubieran cambiado, se transformó de la noche a la mañana, en un insufrible compañero de habitación. Apenas dormía, se pasaba muchas horas de la noche canturreando bajito, rancheras muy conocidas, subía y bajaba constantemente de la litera para ir al servicio y como pequeño que era, le costaba trabajo subir a su cama, haciendo un ruido insoportable, el crujir de la madera. El desorden reinaba en su taquilla y alrededores, dejaba la ropa de trabajo tirada en el suelo, y el uniforme nunca lo vi colgado ni bien doblado. Importante destacar que por entonces nuestro uniforme era el tradicional de color beige la camisa con franja marrón claro en la manga y pantalón del mismo color y una tela de la llamada “caqui”, que según Antenogenes, le daba picazón.

Se volvió muy rebelde, al punto de no querer ir a las clases, y cuando lo hacía, se escondía al ser llamados a formación, para emprender la marcha hasta la escuela, trayecto que hacíamos en filas, conformando pelotones y que él se agenciara un camino más corto, atravesando un potrero, en el que pastaban libremente vacas y algún que otro semental.

Antenogenes se convertía en un referente para los que no éramos partidarios de aquellas marchas y comenzábamos a negarnos, muy en silencio, a ser parte de ellas, razón por la que un día le seguimos en su aventura un grupo de cerca de doce chiquillos, mientras que por la calle avanzaban los pelotones, los que allí estábamos teníamos delante la posibilidad de reducir a la mitad el recorrido, con la dificultad de tener que sortear al grupo de astados que nos miraban con asombro, como invadíamos sus terrenos. Así y todo avanzamos hasta llegar a mitad del campo, donde se nos plantara un toro negro de prominentes y afilados cuernos que infundían respeto. Entonces apareció nuestro pequeño héroe, Atenogenes, que no sé de donde había sacado un trapo rojo y se plantaba delante del animal incitándole a la embestida.

Hasta aquel momento solo había visto un toro furioso como aquel, en alguna película o dibujos animados, más cuando con la pata derecha sacaba tierra hacia atrás como tomando impulso o cabreándose más, no lo sé, solo recuerdo que salimos a la desbandada, hacia un lado, hacia el otro, hacia atrás, y solo, en medio del campo, cual ruedo taurino, Antenogenes, que se veía mucho más pequeño aun de lo que era. Cuando el toro se arrancó, corrió hacia adelante con tanta velocidad, que terminó encaramado en un árbol en medio de aquel potrero y con el toro debajo como esperándole con toda calma, decidiera bajar. Así terminaba el propósito de cortar camino y no marchar a paso marcial. Así que desde entonces los kilómetros que hicimos fueron considerables.

Años más tarde se terminaba de construir la Vocacional Lenin, escuela a la que se incorporaran los alumnos de la Vocacional de Vento y del Pre-universitario Cepero Bonilla y aunque fuera inaugurada oficialmente el 31 de Enero de 1974, ya desde septiembre de 1973 habíamos pasado a formar parte del alumnado del plantel.

Hoy la Lenin a sus 43 años agoniza y está a punto de desaparecer. En todos estos años perdí la pista a Antenogenes, de quien nunca más supe, pero siempre he tenido en mis recuerdos y del que no sé, si definitivamente, se habrá logrado con él, formar el hombre nuevo del futuro que tanto se aspiraba hacer de nosotros los jóvenes, más bien, niños, por entonces. Desde luego, que en lo personal, si lo lograron en mí, apenas me di cuenta, hoy solo sé, que fui, soy y seré, no más que un hombre de los tiempos que me han tocado vivir.


 
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