Viajar…solo a través del dial.Una radio en los setenta, opción para evadir la inmovilidad.
Por Oniel Moisés Uriarte.
Recuerdo que un día, la vieja radio de válvulas, en la que mi abuela escuchaba sus novelas, tuvo relevo en un nuevo modelo conocido como el Agrícola II, que ocupara el mismo lugar que su antecesora y cubría con un nuevo tapete tejido con sus propias manos. Fue el primer contacto que tuve con una radio de transistores, que ya por entonces se ponían muy de moda.
En la calle Indio, llegando a Corrales, los muchachos del barrio nos sentábamos en la acera para escuchar noche tras noche, a través de un pequeño radio Sokol-703 de 2 bandas y 7 transistores, el programa Nocturno.
Pasado unos años llegó a mis manos un radio VEF 206 un modelo ruso multibandas que lo mismo captaba estaciones de onda media que de onda corta. Con un solo e imperceptible movimiento del dial, podías escuchar una emisora de Cuba y saltar a Moscú, Holanda, Estados Unidos o España, la BBC de Londres era una de las preferidas por la juventud, por ella muchos escuchábamos a los Beatles, cuando estaban prohibidos en la Isla.
Fueron varios los modelos de aquellas radios de fabricación soviética los que se dieron a conocer en toda Cuba. Muy utilizados en los pueblos y lugares más intrincados del campo cubano, funcionales con la energía suministrada, en el caso de los modelos grandes, por 4, 6 u 8 baterías. No se puede rememorar aquellas formas de escape de una gran parte de la población, sin mencionar al modelo Siboney, un aparato que saliera muy bueno, con buena presencia y fuerte en su estructura, diseñado en la Unión Soviética y ensamblado en Cuba.
Por entonces, tener una radio-grabadora Vef-Sigma, era un gran privilegio, del que podía ostentarse por el discreto y a la vez novedoso diseño, la calidad de reproducción, pero fundamentalmente porque se podía grabar directamente desde la radio, algo que hasta entonces, era un acto solo posible para profesionales del sonido.
Pero si alguna radio revolucionó el panorama de los radioescuchas en Cuba, sin lugar a dudas fue el Radio Selena, un modelo con 7 ondas, incluyendo larga, corta y media, mediante la que se podía acceder a la Frecuencia Modulada, novedad de la época en que aparecieron. Tener un Selena era lo máximo, era el artículo mimado en cualquier casa cubana y que ocupara lugar privilegiado en los salones. Competía en calidad con la Radio-tocadiscos multibanda Ilga-205, receptor con el que se podía escuchar emisoras de radio y reproducir discos de acetato, equipos que aún existen muchos en hogares cubanos.
El Selena era un aparato de muy buen ver, con el frente en color negro, indicadores de frecuencias en blanco y amarillo, controles, antena, frente y marca de la radio, plateados, aguja del dial y botón de cambio de frecuencia, en rojo. Como particularidad del modelo, un indicador de sintonización y selección de banda y un revestimiento especial en madera. Era sin lugar a dudas la mejor opción para salir al mundo a través del dial.
Cumpliendo el servicio militar en la provincia de Matanzas, las guardias las hacíamos en garitas altas, acompañados de una radio VEF 206, en la que al parecer, daba la ubicación de nuestra unidad, malamente se podían escuchar algunas estaciones de los alrededores y dos o tres de habla inglesa, situación que hacía muy largas las jornadas nocturnas y mucho más aburridas. Pasado algún tiempo, un día nos dieron la grata sorpresa de comunicarnos la llegada a la unidad de dos medios básicos, consistentes en sendos radios Selena, de los cuales, uno, sería para la guardia nocturna. No imaginaba el alcance y posibilidades de aquel aparato con el que desde la mediana altura de mi garita, podía viajar a través de la música, por países y regiones hasta entonces desconocidas para mí.
Pero lo más relevante de aquella etapa, era el hecho, que cuando quería saber la hora y buscaba la sintonía de Radio Reloj, la emisora que entraba era la WQBA La Cubanísima, que se emitía desde la ciudad de Miami. Emisora por la que conocí los programas de La Tremenda Corte, en la que Tres Patines, Nananina, el Gallego y el señor Juez, desde años remotos dejaran sus voces grabadas para la posteridad. Justo a las 12 de la noche comenzaban aquellos programas con los que me desternillaba de la risa y a los que me aficioné. Tanto que hasta cambiaba los turnos de guardias de primera hora, solo para escucharlos.
Todo fue muy bonito mientras duró, una noche se me apareció el teniente que quedaba al frente de la compañía, subiendo a la garita cuando ya casi se acababa el programa, según me contara se había desvelado y para hacer tiempo, daba una vuelta por toda la unidad, como estaba refrescando decidió subir a mi puesto, lugar protegido de las inclemencias del tiempo. Yo antes había tomado la precaución de bajar el audio de la radio, hasta que este se fuera, pero en un movimiento involuntario, toqué el botón del volumen, subiendole a todo lo que daba, justo en el momento que la voz del presentador daba el anuncio de identificación de la emisora. <Doble Ve Cube A, La Cubanísima, transmitiendo desde Miami, Florida> el rostro de aquel oficial se transformó, abriendo los ojos que casi se le salen de las orbitas. Pedirme explicaciones, no me las pidió, solo atinó a tirar del aparato y bajar de la garita como bola por tronera.
Desde entonces, se me acabaron los viajes a través del dial y ya no pude escuchar a mis amigos de la radio. Gracias que pude convencer al teniente, que solo ponía aquella emisora para escuchar la hora, me libré de un buen castigo, sabiendo que algo como aquello era clasificado como una falta muy grave, que pudo situarme en el lugar reservado para quienes eran señalados por el estigma de la desviación ideológica, tan de presente en la vida social de los que habitábamos una isla, rodeada de mar y fronteras en el sentido común de quienes nos estigmatizaban.