Un mal sueño - El Rincon Cubano

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Un mal sueño

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Cuando un mal sueño confundió mi realidad.
La actualidad de una Habana que agoniza.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Me he despertado hoy como nunca antes lo había hecho; sudoroso, con temblores y llorando. Una sensación muy rara me invadía, cuando sentado en la cama, secaba mis lagrimas e intentaba recordar lo que me había causado tan desagradable efecto. Entonces, cerrando los ojos, me asistieron cuadro a cuadro, hilvanados como escenas de una antigua película, las imágenes de aquel sueño en el que vi rostros que en alguna etapa de mi vida me fueran familiares y a los que intentaba asociar con nombres y apellidos que por entonces conociera.

Vinieron a mi memoria lugares por donde caminara en tiempos ya muy lejana e imaginaba olores de antaño relacionados con aquellos sitios. La música que en mi sentido sonaba, sin dudas era la que marcara aquella época de mis años juveniles.

En el sueño, me veía en medio de un lugar, donde todo lo que en principio me resultara cercano y reconocible, se iba convirtiendo en una burda imitación de sí mismo, mucho más desgastado, pestilente y ruidoso. A tientas avancé en la oscuridad que con cada paso se hacía más intensa, solo auxiliado por manos tendidas, que al contacto con mi cuerpo me resultaban entrañables, así pude sortear los obstáculos que se escondían en la penumbra, logrando llegar a un espacio donde la claridad volvía a reinar, y allí, reunidos en un gran coro, reconocí a mis amigos de la infancia, con los que jugué y crecí, a los que en mi adolescencia me acompañaron en las aulas, con los que compartiera mis vacaciones en el campo, aquellos con los que caminara las calles de la Habana, colándonos en cuanta fiesta juvenil se pusiera a nuestro alcance. En aquel lugar también estaban reunidos mis primeras novias, mis maestros, los vecinos del edificio donde nací y mi familia en su totalidad.

Aquella fantasía me resultó tan agradable, que por un momento fui muy feliz, pero solo por un momento, el breve instante que aquel idílico encuentro duró. Aquellos rostros se iban desdibujando hasta desaparecer totalmente y junto con ellos, al efecto del plástico cuando se derrite por la acción del fuego, desaparecían edificios, parques, escuelas, todo lo que un día pude conocer y compartir con mí generación.

El calor de todo lo que ardía me hizo correr hacia adelante buscando aire puro. Corrí hasta quedar sin aliento y llegué a un patio interior donde los rostros me eran totalmente ajenos, los pocos que pude reconocer estaban desencajados y tristes, al verme, esbozaban una sonrisa leve de satisfacción para en apenas segundos, volver a su íntima tristeza.

Volviendo sobre mis pasos a toda carrera, intenté salir de aquel lugar por una puerta muy custodiada, casi infranqueable, la que solo con fuerza de perseverancia e imaginación logré abrir definitivamente y salir por ella a un espacio exterior muy amplio, iluminado, donde reinaba el orden, la organización y la limpieza, un lugar donde los colores eran intensos y deslumbrantes, el lugar que me hacía sentir cómodo y con el que me identificara desde el mismo momento de poner los pies en su sitio.

Ya fuera, comprendí que, en lo más oscuro de mi sueño quedaron atrapados en la penumbra los silenciados, aquellos con los que deseo compartir tanta luz, y que también considero con derecho a tener la posibilidad de encontrar su puerta de salida, porque dentro, donde subsisten, la oscuridad se hace cada vez más intensa, los pasos inseguros y el aire que se respira está muy enrarecido.

Fuera, en el amplio espacio del universo donde me descubre el amanecer, respiro aliviado por despertar de tan cruel pesadilla y por saber que la mayoría de los que pudieron franquear la puerta, han encontrado el camino que, aun no siendo regalo para nadie, permite intentar al menos desatar el ingenio, el talento y la capacidad de crear.

Abro los ojos, despierto totalmente y vuelvo a la realidad. Una realidad que no es ni más ni menos que otras, es solo mi realidad, la que requiero para no ser solo un sueño, una intención o un deseo, una realidad donde el despropósito no cuenta entre mis opciones y la miseria no se reparte por decreto.

Pienso en los que ya no están, en los que se quedaron, en el que la mente abandonó su cuerpo al no soportar tanta desidia. Para todos ellos siempre mi corazón guarda un rinconcito donde arroparles. Pero cuando los sentimientos se me revuelven, saltan las alarmas, y el reparador sueño se trunca para convertirse en la insoportable pesadilla que cambia el ritmo de mi apacible vida.

 
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