Cuando se trunca la pasión primera.Santiago de Cuba, una ilusión perdurable.
Por Oniel Moisés Uriarte.
Recién cumplido veinte años, me creí el hombre más feliz, el más correspondido o el más afortunado del mundo, pero quiso el azar jugarme una mala pasada. Han transcurrido cuarenta años, desde el aciago momento que esperaba la llegada del ómnibus, procedente de la ciudad de Santiago de Cuba, trayendo a la capital, a la hermosa joven santiaguera Gilsia, a quien conociera meses antes, en la fiesta de quince cumpleaños de la hija menor de Pacho Alonso, celebración a la que asistí junto a Ibrahim Ferrer, por entonces cantante de la orquesta de Pacho e Ibrahimcito,su hijo, quien también se comprometía con Martha, la amiga que acompañara a Gilsia a aquella fiesta.
Una larga espera en la terminal de ómnibus nacionales de La Habana, marcó para siempre en mi vida, la fatídica fecha del 10 de noviembre de 1977. Ante los rumores de un posible accidente, que iba creciendo entre los que aguardábamos la entrada del ómnibus procedente de Santiago de Cuba, destino al que nunca llegó, hizo que Ibra y yo bajáramos a la dirección de operaciones de la terminal, donde nos informaron de forma oficial, que un grave accidente había ocurrido en la carretera Tunas–Bayamo en el que habían perdido la vida siete personas y que entre las víctimas mortales se encontraban los dos conductores del vehículo, por lo que necesitaban poner en nuestras manos el listado de los pasajeros fallecidos y heridos, para saber si entre ellos se encontraba algún familiar nuestro. Al leer los nombres de aquella lista, aparecían en primer lugar las dos jóvenes que esperábamos y la madre de mi prometida.
El dolor por aquella perdida, nos unía aun más en la vida a Ibrahimcito y a mí, que juntos viajamos a Santiago de Cuba, para compartir tan difícil momento con los familiares que ya nos esperaban. Era mi primer viaje a la ciudad y lo hacía en condiciones totalmente adversas, un encuentro con el lugar al que tanto deseos tenía de conocer y no se propiciaba como tantas veces antes había anhelado. La ciudad nos recibió bajo el manto de un día gris, apenado tal vez, por tan dolorosas pérdidas. Así fue mi primer encuentro con Santiago, lugar al que desde muchos años antes me unían estrechos vínculos.
Llegados a Santiago caminamos sus calles, visitando el barrio Sueño, donde viviera Gilsia y El Distrito José Martí residencia de Martha. Visitamos la escuela en la que Gilsia impartía clases de música y dirigía un coro infantil. Conocí la casa donde ella naciera y creciera, sintiendo una extraña sensación de vacío al estar en ella, situación muy difícil de asimilar para mí ya que me encontraba en el lugar donde se suponía debía Gilsia estar y recibirme, algo que me hacía sentir de alguna forma responsable por aquella ausencia, mirándolo desde el motivo que provocará el viaje a La Habana y el desenlace fatal.
Era para mí muy raro estar frente a su padre, estrechar su mano y abrazar a su hermano, sin que fuera ella, quien hiciera las presentaciones de rigor. Mucho más extraño se me hizo cuando entré a la casa colindante a la suya, lugar del que tanto me hablara en sus cartas, haciéndome participe del orgullo que sentía de casi formar parte de la familia de Mariano Mercerón, uno de los músicos más grandes que ha parido Santiago de Cuba.
Con Ibrahimcito conocí el distrito José Martí donde vivía Martha, viajamos en los confortables autobuses Hino, que ya antes habíamos compartido en la capital. Juntos subimos y bajamos la escalera de la popular calle Padre Pico, desandamos el barrio del Tívoli y recorrimos desde la calle Trocha hasta la calle Aguilera su conocido Paseo de La Alameda. Un viaje en el que saqué ánimo para andar lugar por lugar cada uno de los sitios que en sus cartas me prometiera Gilsia hacerme conocer, cuando después de aquel viaje que ellas realizaban a la Habana, yo haría a Santiago, con el objetivo de formalizar la relación ante su familia.
Al único lugar que no pude entrar, ni por más animo que me diera, fue a La Casa de la Trova, teniendo solo las fuerzas necesarias para llegar hasta su puerta, y quedarme aferrado a uno de los altos ventanales, evocando lo extraordinario que hubiera sido escuchar a Gilsia cantar acompañada de una guitarra, las bellas canciones que en su voz me sonaban al canto de un ruiseñor acompañado por un coro de ángeles dirigido por ella y que en aquellos momentos era lo que más se acercaba a la cruda realidad.
Fue triste mi primer encuentro con Santiago de Cuba, como triste fue la despedida de quien me había robado el corazón y con su partida había dejado una huella indeleble que me ha acompañado a lo largo de todos estos años. Conocerle me comprometió para toda la vida con su ciudad, perderle, me enlazó para siempre con Santiago de Cuba, un amor que no suplió el espacio que dejara vacío, pero al menos me aceptó como el fiel enamorado que siempre he sido de su eterna belleza.
En memoria de Gilsia Vegas Cousse y Martha Girón Banderas.