“¡Rosa la del comité, la lengua le llega al píe!”Cuando la presidenta de mi CDR cambio la senda.
Por Oniel Moisés Uriarte.
El año 80 en Cuba, quizás algunos le recordemos como “La crisis del Mariel”, etapa en la que salieron por ese importante puerto habanero, más de 125 mil personas. Fue sin dudas un triste periodo para las familias que despidieron a sus hijos, sus hermanos o a sus padres y madres.
Triste también fue el hecho de ver como el espacio que ocupaba la embajada del Perú, en pocas horas se repletaba de hombres, mujeres y niños, ocupando los lugares más insospechados de sus áreas al aire libre y ver como después se presentaban en las unidades policiales aquellos que querían abandonar el país, declarándose homosexuales, prostitutas, delincuentes, antisociales o religiosos practicante y que desde ese mismo momento serian estigmatizados como “escorias y gusanos.”
Entre aquella escoria, como había que llamarles en público, podía haber cualquier familiar cercano y ese solo hecho te comprometía a posicionarte, pero muchos fueron los que aún sin posicionamientos tuvieron que callar ante los mítines de repudio, abundantes de pintadas, improperios y ataques con huevos en sus fachadas. Fue verdaderamente muy triste ver como entre cubanos se abría una ancha brecha que mucho ha costado y aún cuesta, poder cicatrizar.
Quienes salían de las instituciones penitenciarias rumbo al Mariel, vestían vaqueros con etiquetas de cuero identificadas con el nombre de “Cuba si” y estos, llegados a la zona del puerto y ya casi a punto de abordar las embarcaciones que los llevarían a los Estados Unidos, se quitaban aquellos pantalones y los lanzaban con rabia al mar o a los guardias que les custodiaban, eso lo viví, nadie me lo contó y eso me entristeció aún más. De aquel triste episodio surgía un cuento de Pepito, en el que le exigían el repudio a su abuela que formaba parte de los que abandonaban el país y este sin pensarlo mucho lo hizo gritándole en un supuesto ataque -¡abuela canalla, acuérdate de mi talla, 32 por 34 y siete y medio de zapatos!-
Pero si eso era ficción, yo viví la realidad muy de cerca en la persona de Rosa la presidenta del comité de mi cuadra. Aquella mujer negra, alta y algo encorvada por los años, fue siempre intransigente con todo lo que fuera en contra de su revolución, por la que había dado parte de su vida y hasta el pelo, razón por la que usaba una peluca bastante fea, centro de las burlas de quienes le conocíamos. Rosa no tenía marido, solo un hijo ya adulto, por tanto tenía mucho tiempo para dedicarse a las tareas de control de cuanto pasara en el barrio, de quienes en él vivíamos y de los foráneos, nada se le escapaba a aquella señora, dueña de los RD-3, modelo que autorizaba las altas en una vivienda o traslados a otro lugar. Por aquella actitud fue que Rosa se ganara el canto que muchas veces al verle se nos escapaba muy bajito a los muchachos de la cuadra- ¡Rosa la del comité, la lengua le llega al píe!-
Pero sucedió que a esta señora intachable, revolucionaria consagrada a tiempo completo, ejemplo de ejemplos, tuvo la gran suerte que su hijo le saliera rana, perdón por la expresión, su hijo Abelardito, el único descendiente de la inmaculada luchadora, se le fue por el Mariel. Con su marcha, Rosa recibía un duro varapalo para su histórica trayectoria, algo le había fallado, o sencillamente miraba para otro lado en silencio, para no ver que su hijo sentía desde hacía muchos años una ligera inclinación por los de su mismo sexo, condición que este antepuso para lograr su salida legal del país, con el coste añadido de dejar a su madre en la estacada, propensa a ser el centro de la crítica de quienes le consideraron desde siempre una peligrosa enemiga.
Un día, cuando ya las salidas por el Mariel y las embajadas, que también tramitaron los visados de quienes quisieron abandonar Cuba, casi llegaban a su fin, recuerdo a Rosa subiendo la escalera de mi edificio, como si el cuerpo le pesara mucho más que lo acostumbrado, en el descanso se cruzó con dos de nuestras vecinas que bajaban a hacer la compra, dándole paso con mucha cortesía, mientras le saludaban con cierto asomo de pena. Rosa que ni se inmutó, continuo su escalada, al tiempo que escuchaba como una de las vecinas le decía a la otra:- ¡qué pena, ella tan revolucionaria y su hijo le sale gusano!- Rosa con toda la calma del mundo llegó al último escalón, deteniéndose y volviendo su cuerpo hacia atrás, les espetó: -¡qué pena, ni qué carajo, si mi hijo es gusano o escoria y se quiso ir, pues bien ido está, allá los que no lo hayan hecho aprovechando el momento!-
Aquellas dos mujeres y los que en el patio del edificio le escuchamos, no dábamos crédito a aquellas palabras salidas de boca de Rosa, de quien nunca nos imagináramos semejante reacción. Poco tiempo después a mi madre le dieron casa en Alamar y nos mudamos del barrio. De Rosa lo último que supe fue, que había dejado de ser la presidenta del comité en los inicios del año ochenta y uno, enclaustrándose en su casa, hasta que le llegó el momento de su partida definitiva, donde se contentaba viendo las fotografías que le enviaba su hijo Abelardito, quien nunca más volviera a Cuba. Como ésta, atesoro muchas más historias, tragicómicas al fin, de una difícil etapa que nos tocara vivir a los cubanos, de las tantas que hemos enfrentado a lo largo de los casi sesenta años que recién he cumplido.