Plaza de Armas - El Rincon Cubano

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Plaza de Armas

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Cuando se estremeció mi candidez.
La Plaza de Armas y el vapor La Coubre.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Si un lugar en la capital cubana, puedo decir que conozco en toda su dimensión, es La Plaza de Armas, en La Habana Vieja. En 1961, en el piso superior de la casona con el número 9 de la calle Baratillo, entre Obispo y Narciso López, se ubicaba el círculo infantil al que acudíamos mi hermana y yo. El centro se encontraba enclavado en lo que fuera el palacio de los Condes de Santovenia, edificio que en 1867 se convirtiera en el mejor hotel de La Habana, El Santa Isabel y que funcionara a lo largo de veinte años, fecha que en la que se construyera, en el piso más alto de la edificación, La Lonja de Víveres de La Habana. En 1943 se remozó totalmente el edificio, dándosele distintos usos, hasta 1997, que la corporación Habaguanex, lo restaura una vez más y le hace funcionar como lo que en sus inicios fuera, El Hotel Santa Isabel.

A la distancia del tiempo transcurrido, desde que pisáramos por primera vez aquel lugar tan especial, son muchos los recuerdos que vienen a mi memoria, teniendo en considerando lo pequeño que yo era entonces. Entre tantas remembranzas, hay una que quedó arraigada en mi mente para siempre, dada la envergadura de lo que en si misma significara.

En la medida que fui creciendo, tuve la certeza que había sido testigo involuntario del acontecimiento ocurrido a las 3.10 de la tarde, del viernes 4 de marzo de 1960, la voladura del vapor La Coubre, anclado en el puerto de la Habana, donde se realizaban labores de descarga. En la insuficiente comprensión de mis escasos tres años, no podía calcular la gravedad del hecho ocurrido. Lo recordé siempre, como un potente estruendo, que despertara de la siesta a los 30 niños y niñas que compartíamos el salón, unido a las estridentes sirenas de ambulancias y carros de bomberos que hacían, en nuestra inocencia, fuera creciendo un gran desconcierto, al ver los rostros desencajados, del personal que tenía la responsabilidad de cuidarnos, en la medida que iban conociendo detalles de lo sucedido. Treinta minutos más tarde, cuando ya todos los niños y niñas estábamos despiertos y muchos aún merendaban, otra sacudida estremecía el salón, era la segunda explosión y la que más victimas causara de aquel atentado.

Al término de la semana, mi madre era quien nos recogía en el círculo, infantil, hecho que mi hermana y yo celebrábamos, porque era de los pocos días que podíamos estar con ella, debido a la responsabilidad del trabajo que realizara como directora de otro círculo infantil en el pueblo de Casablanca. Esa necesidad de compartir con nuestra madre y no poder hacerlo ese día, al menos en el tiempo que ya era costumbre, sin lugar a dudas fue el motivo de fijación de semejante hecho, ya que ese día no podía llegar hasta el edificio, por estar cerradas las calles que daban acceso a la plaza. Tengo que sumar que el salón donde nos hallábamos sufrió una especie de efecto contagio con los primeros llantos que expresaban los más pequeños, al punto de llegar a ser un gran locura lo que allí se viviera.

Yo que tanto disfrutara correteando por toda la plaza, que le conocía metro a metro, con sus adoquines y cada columna de sus soportales, aquel acontecimiento hizo que mi madre tomara la decisión de cambiarnos de círculo infantil. Volví a la Plaza de Armas transcurridos muchísimos años, lo hice para sentarme en el patio colonial del hotel, donde disfrutar de una refrescante cerveza, mientras rememoraba aquellos años de mi infancia.

Otro de los lugares importantes de La Plaza de Armas, es El Templete, un pequeño templo inaugurado el 19 de marzo de 1828, conmemorativo de las ceremonias por la fundación de la Villa de San Cristóbal de La Habana, lugar donde cada 15 de noviembre, los habaneros se reúnen alrededor de su ceiba, para dar las tres vueltas, a la vez que echando monedas van pidiendo deseos muy personales.

Completan esta hermosa plaza, destacadas edificaciones como son El Palacio de los Capitanes Generales, sede del gobierno español, por el que pasaron 65 capitanes generales, de ahí su histórico nombre y El Palacio del Segundo Cabo, sede del Vicegobernador de Cuba desde 1853.

La magia y el encanto de La Plaza de Armas, es mi memoria es algo único, en la que me veo sentado en uno de los bancos frente al hotel Santa Isabel, induciendo a que afloraran los recuerdos con total facilidad, mucho más, cuando tantas veces preguntara a mi madre, si podía ser posible que un niño de tan corta edad, como era yo por entonces, pudiera recordar con tanta claridad, todo lo que aquel fatídico día ocurriera y ella con su silencio me otorgaba el derecho al convencimiento y credibilidad.

 
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