Paseo del Prado - El Rincon Cubano

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Paseo del Prado

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Dame la mano y caminemos, vale la pena.
El Paseo del Prado de la Habana, inigualable.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Cuando evoco La Habana, uno de los lugares que más recuerdos agradables me trae, es el inigualable, único y tan nuestro, Paseo del Prado. De pequeño, una de mis mayores satisfacciones, era subirme encima de los leones que le adornan al comienzo y final de cada tramo del paseo. Patinar o montar bicicleta, compartiendo carreras de velocidad, con otros muchachos que a él acudían, era una buena razón para acudir al paseo.

Ya adolescente, gustaba caminar hasta el castillo de La Punta, tomado de la mano, para ver la puesta de sol, junto a la novia de entonces. Más tarde, ya siendo adulto, salir también por la puerta del palacio de los matrimonios, tomado de la mano, mientras recibía una lluvia de arroz, después de una pomposa ceremonia de casamiento, con la novia de siempre.

Pero sin lugar a dudas, lo que más agradable sensación me causa al evocar el Paseo del Prado de La Habana, son las veces que me sorprendiera la lluvia, con la consiguiente espera bajo los portales que le custodian, hasta que cesaba y veía salir el sol una vez más, entre las copas de los arboles, regalándome el agradable olor a hojas húmedas, una atrayente sensación de pertenencia y una absoluta paz interior. Estos son mis recuerdos personales del Paseo del Prado de La Habana, pero también conozco un poco de su historia, que siempre es bueno tener presente.

Su inauguración data del 10 de Octubre de 1928. Fue el arquitecto francés Jean-Claude Nicolás Forestier quien rediseñara, la que desde 1772, fuera conocida como la Alameda de Extramuros. A todo lo largo se fueron plantando árboles y se colocaron bancos de mármol. Se colocaron ocho estatuas con figuras de leones, hechas de bronce fundido de los cañones que antaño custodiaron la ciudad. Al comienzo del paseo, en el Malecón, existió una glorieta donde ejecutaba una retreta semanal, la Banda del Estado Mayor del Ejército, y desde este sitio se hicieron nuestras primeras audiciones radiales. En la esquina de Cárcel estuvo la agencia de los automóviles “Packard” y en los altos desde 1940 se instaló “R.H.C. Cadena Azul”.

En su intersección con la calle Genios, funcionaron por décadas los “Juzgados de Instrucción y Primera Instancia de La Habana”, asiento de la Cárcel y el Presidio. En la siguiente esquina, Refugio, todavía puede observarse la mansión en que vivió Frank Steinhart, primer cónsul norteamericano en la Isla, quien luego se convirtiera en magnate del transporte. Prado y Colón fue sitio preferido de la burguesía cubana, que acudía a presenciar los estrenos de las cintas cinematográficas en el cine “Fausto”, que en sus inicios fue una construcción de madera. En la esquina de Trocadero, está todavía la que fuera residencia del general José Miguel Gómez, quien fuera presidente de la República. El colegio de Jose Mª Mendive, a donde asistió nuestro apóstol Martí en su infancia, quedaba en la esquina de Ánimas y frente al mismo, funcionó un cine al aire libre llamado “Maxim”. En Prado y Virtudes estaba el café “El Pueblo” que colindaba a los periódicos “La Noche” y “La Nación”. La esquina final del Paseo, la de Neptuno fue ocupada en la época colonial por el célebre “Bodegón de Alonso”. Derribado aquel bodegón, se construyó otro edificio de tres pisos: “Las Columnas”, establecimiento que hizo famosa la esquina, pues en los altos se daban buenos bailes y en sus salones nació el rítmico chachachá.

Esta es parte de la historia de tan popular espacio habanero, que es bueno conocer o recordar, una de las razones por la que casi siempre recomiendo a mis amigos que viajan a la isla, no dejen de caminar por tan relevante lugar, porque sin lugar a dudas estarán caminando la historia viva de nuestra tierra. Al menos para mí, es un gusto sin igual recorrer en la memoria cada metro que le componen.

Hoy, en la distancia, me veo saliendo del teatro Fausto, un sábado, después de haber disfrutado de una buena obra humorística, caminando Prado arriba, hacia el Capitolio, para detenerme en Prado 264, donde degusto una apetitosa pizza de camarones y con ella en mano, seguir hasta la altura del bar cafetería, Havana Club, donde un exquisito coctel me espera, antes de volver al hotel Sevilla para disfrutar de una agrupación musical amenizando la noche, jornada que no puede terminar de mejor forma. En el recorrido hacia mi casa, me queda el hotel Inglaterra, frente al Parque Central, que acoge la estatua de nuestro Apóstol José Martí. El Teatro Nacional, la oficina de correos, lo que fuera El Liceo de La Habana Vieja, El cine Payret y El Capitolio, la Fuente de La India, el Parque de la Fraternidad y al fondo La Sortija.

Muchos son los lugares que me vienen a la memoria, lugares que indudablemente me hicieron sentir integrado al entorno, pero por sobre todas las cosas, orgulloso de haber sido testigo de tanta grandeza, porque aún cuando haya caminado medio mundo, el Paseo del Prado, fue, es y será siempre un lugar importante en mis recuerdos.


 
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