El despropósito está en mi calle.La calle donde nací en la Habana.
Por Oniel Moisés Uriarte.
Desde hace varios días, gracias a Facebook y a una amiga de toda la vida, pude reencontrarme al cabo de treinta y cinco años, con quien considero un hermano, con el que creciera en el edificio donde nacimos de la calle Monte, en la Habana, reencuentro que ha estado marcado, como no podía ser de otra forma, por los recuerdos de aquellos tiempos en los que nuestra calle era las más populosa arteria de la capital cubana, alumbrada, limpia y bien conservada.
Por aquellos años los muchachos de mi edad teníamos permitido expandirnos en nuestros juegos bajo los portales de la calle Monte, solo por nuestra acera, desde la calle Indio hasta Cuatro Caminos o en sentido inverso, desde la misma calle Indio hasta la calle Águila.
A lo largo de aquel recorrido todo lo que encontrábamos eran comercios y justamente lo que hicimos mi amigo y yo sin apenas darnos cuenta, fue rememorar calle por calle, desde Belascoain hasta el Parque de la Fraternidad, todos los comercios que operaban por entonces en esa transitada calle habanera, de un lado y otro de sus aceras, bajo los amplios y altos portales que protegían a los transeúntes del intenso calor cubano.
Por supuesto que no podíamos recordarlos todos, en algunos casos coincidíamos al citar los establecimientos y en otros teníamos que hacer un poco más de esfuerzo para recordar, pero en lo que si coincidimos ambos fue al valorar la importancia que tuvo para nosotros aquella calle en la que crecimos.
A la calzada de Monte no le faltaba nada, de ahí su importancia en la vida comercial de la ciudad. Tenía su banco en la esquina de la calle Carmen, el cine Reggio, su famosa barbería “El mundo de las maravillas” , cafeterías, el Ten Cent, bodegas, casa de música, guarapera, panadería, peleterías y casas de regalos, quincallas y muchas tiendas, las que destacaban por la elegancia y el buen gusto con que se adornaban sus vidrieras de tan diversas propuestas comerciales. Monte destacaba porque cada uno de aquellos negocios eran identificados por carteles lumínicos que podían leerse a una altura determinada de la calle, carteles que al caer la tarde se iluminaban por luces de neón que sumaban el toque especial que hacía de nuestra calle un lugar mágico y especial.
Quizás en otro post que escriba más adelante cite muchos más de aquellos lugares que nos hacían más fácil la vida, ahora mismo no puedo, luego de ver las fotos más actuales y videos grabados recientemente a lo largo del trayecto que va desde la plaza del mercado único hasta la calle Águila, por solo citar algún ejemplo, he sentido pena, mucha pena por el estado de abandono de cada mosaico, columna, fachadas, del estado critico de los edificios y de las calles. Pero mucha más pena siento por la gente que transitan esa calle y por aquellos que sentados en las puertas de sus casas, las que antes fueran prósperos negocios, ven con total monotonía el paso de los transeúntes.
Esa no es mi calle, no la que recorriera de extremos a extremo de la mano de mi abuela, de mi madre y luego con mis amigos o la novia de por entonces, aquella no puede ser la calle de mis recuerdos, la que me hacía sentir orgulloso de vivir en la frontera de barrios tan reconocidos como Los Sitios y Jesús María. Hoy la calle Monte es el fiel ejemplo de lo que puede lograr el despropósito.
Siento mucha pena y un dolor inmenso por no ver, por apenas reconocer, por no poder olvidar, por querer que fuera de otra forma, que es solo una pesadilla de la que despertaré y todo seguirá igual que antes, que mi calle, nuestra calle, la de muchos que le amamos así lo deseamos y necesitamos, es más una deuda con los que ya no están, que con nosotros mismos.