Mi ilustre barrio habanero.Los Sitios, donde sus hijos crecíamos en armonía.
Por Oniel Moisés Uriarte.
“Los Sitios es lo suficientemente grande como para ser un barrio reconocido en La Habana, va a lo largo de la calzada de Monte hasta Cuatro Caminos, subiendo por Belascoain hasta Reina, por esta calzada hasta Águila y bajando hasta encontrarse nuevamente con Monte. Fue un barrio muy humilde, siempre, en el vivieron gente trabajadora en su mayoría, como también en sus solares, viejos caserones y añejos edificios había de todo, desde chulos y putas, reconocidos espiritistas y santeros, músicos renombrados, artistas populares y hasta escritores reconocidos.
Los Sitios siempre fue una mezcla heterogénea y tuvo también personajes pintorescos que alegraban y adornaban sus calles, recuerdo a “Rubén el bobo”, paseando desde la puerta de su casa en la calle Sitios, hasta la esquina de Rayo, lanzando besos a todas las muchachitas, cagándose en la madre de los varones y escupiendo a todos los muchachos que nos metíamos con él, “Pititín peste a mierda”, el que andaba todo el santo día, con una tapa de olla, como si fuera el volante de un autobús, circulando por las avenidas más concurridas de los barrios del corazón de la Habana, El choro, que no había billetera que se le resistiera en la ruta 2, Olga la Tamalera, capaz de reunir a los más renombrados espiritistas de la Habana en sus reconocidas y prestigiosa misas de los Lunes en su casa de la calle Rastro, La china, una mujer loca, que en sus buenos tiempos debió ser muy bella, siempre emperifollada y pintoreteada hasta el ridículo, Cotorrita, la que se levantaba la falta para enseñar su pubis añejo y descolorido, cuando los muchachos del barrio la rodeábamos gritándole improperios, Charles, el jamonero mayor, ocurrente exhibicionista o Kid Gavilán que montaba su ring imaginario, para pelear contra el rival más fuerte de toda su carrera deportiva, la locura, cuando le gritábamos, “Gavilán, Chocolate te noqueo”.
Toda aquella gente nos eran necesarias, sin ellos nuestro barrio perdía colorido. Pero Los Sitios también se hizo grande porque en sus calles vivieron hombres tan grandes como Joseíto Fernández, el rey de la melodía, creador de la inmortal Guajira Guantanamera, porque los integrantes del Septeto Nacional Ignacio Piñeiro ensayaban y montaban su repertorio en la casa de Lázaro Herrera, su director. En Sitios y Rayo vivió Hierrezuelo, quien junto a Compay Segundo, dieran vida al dúo Los Compadres. Ibrahim Ferrer, ese grande de la música cubana, escogió el número doce de la apacible calle Indio, cuando decidió dejar su Santiago natal, para asentar en la Habana la definitiva residencia donde crecieran sus hijos. Los Sitios se ha hecho grande gracias a que ha sido fuente de inspiración de poetas, trovadores y prestigiosos soneros, a Los Sitios le han compuesto guarachas, sones y hasta tiene su Guaguancó, como el que dice: ¡Vamos a Los Sitios asere!...
Nuestro barrio se honra en ser atravesada por San Nicolás, la calle más larga de La Habana, con su pequeña iglesia incluida, donde creció la fama de que en su estrecha y corta calle Reunión se concibieron muchos futuros pobladores del barrio. Los Sitios ha tenido con orgullo su conservatorio de música, El Amadeo Roldán, donde sus profesores se empeñaban en formar virtuosos instrumentistas para música clásica, sin poder evitar que de sus aulas salieran los más afamados y populares músicos integrantes de las orquestas soneras y salseras con más arraigo en el pueblo. En Los Sitios existió Pueblo embrujado, uno de los solares más reconocido y conflictivo de la Habana, a donde ni la policía se atrevía a entrar, también tuvo en la esquina de Reina y Ángeles la cafetería El Polo, donde se podía encontrar con facilidad a Bacallao, el popular cantante de la Orquesta Aragón. En Los Sitios estaba Feíto y Cabezón, una de las ferreterías de mayor prestigio en la Habana, ubicada en la esquina de Reina y Lealtad, también en Los Sitios está enclavada La iglesia El Sagrado Corazón de Jesús, orgullo arquitectónico de la ciudad y refugio de pedigüeños y mendigos.
Mi barrio, Los Sitios, tuve mi primera escuela. Me regaló la primera novia. En los Sitios desarrollé mis habilidades para jugar pelota sobre los escombros del placer, donde en algún tiempo estuvo el solar “del Reverbero” demolido como otros tantos para que no dieran “una mala imagen a la ciudad.” La empinada loma de Condesa, la que bajaba hasta desembocar en la Plazoleta era la favorita de los muchachos del barrio, desde Manrique, nos lanzábamos en nuestras chivichanas, hechas con tablas de cajones de bacalao y cajas de rodamientos.
Formábamos una larga fila, enganchando unas con otras y como largo tren humano nos dejábamos caer pendiente abajo. Un día que me tocó ser el último de la fila, arrancó el primero que fue tirando de los demás, a mitad de la loma ya el impulso que tomábamos nos hacía cosquillas en la barriga, cuando nos faltaban apenas quince o veinte metros para el inicio de la desbandada, ya que íbamos soltándonos del anterior cuando llegábamos abajo, solo que en esa oportunidad había comenzado antes, solo recuerdo que de pronto escuché el grave sonido de un camión que aceleraba y se dirigía contrario al sentido que llevábamos, todos desconocíamos que ese mismo día, habían cambiado el sentido de circulación de la calle Condesa, ahora los autos desembocaban en la plazoleta desde las calles Tenerife y Antonrecio y subían acelerando al máximo sus motores, buscando impulso para poder llegar hasta la punta de la loma, a los muchachos que iban delante de la fila les dio tiempo tirarse hacia un lado u otro de la calle, buscando el borde de la acera, yo que iba último pasé por debajo del camión, no sé cómo, ni en qué tiempo, solo recuerdo que con el mismo impulso que llevaba seguí corriendo hasta la iglesia, busqué San Nicolás, llegué a Monte y giré buscando mi casa, subí las escaleras de donde vivía como un bólido, metiéndome debajo de la cama, el mejor lugar que encontré para pasar el susto.
Los muchachos no sabían explicar lo que había pasado y al no encontrarme se fueron a mi casa a darle la noticia a mi abuela de que algo malo me había pasado, ella después de escuchar con lujo de detalles lo que le contaban y que me había visto pasar como una tromba, subió a la barbacoa y me sacó a punta de escoba de mi escondite. En un momento perdí la noción del color de los golpes que con el palo me daba, sí, porque ese día me dio palos de todos los colores, no dejó de hacerlo hasta que le prometí que desde ese momento yo no sería más un amante de la velocidad ni de los deportes de riesgo, cosa que religiosamente he cumplido hasta hoy.