La ruta 23 - El Rincon Cubano

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La ruta 23

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Cuando la sorpresa transitaba sobre ruedas.
La ruta 23, Lawton- Vedado.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Estoy seguro que entre los amigos y amigas que lean este pots, algunos coincidirán conmigo en que es un agradable recuerdo volver a la ciudad de la Habana para realizar un pequeño viaje a bordo de una de las rutas de ómnibus más populares que tuvo la capital cubana, me refiero a la ruta 23, que cubría por entonces la distancia entre Lawton y el Vedado.

En lo personal, puedo asegurar sin lugar a dudas, fue uno de los ómnibus que más utilizara en mis habituales traslados internos por la ciudad, dado el trazado de su itinerario a través de las arterias principales de la Habana.

Muchas fueron las veces que, en mi adolescencia, junto a los amigos que por entonces formábamos grupo para salidas de ocio y entretenimiento, nos entregamos a la espera del arribo a la última parada que esta ruta hacía en la calle N del Vedado, con el fin de desplazarnos hasta nuestro barrio, paradas que normalmente, podían ser, las de la calle Ángeles y Estrella, o pasando la calle Monte, en la misma calle Ángeles, pero entre Corrales y Gloria.

Eran ómnibus de la marca Leyland modelo Olimpyc EL.445, llegados a Cuba entre los años 1964 y 1965, vehículos que se adaptaron bastante bien a las duras condiciones del clima tropical cubano. En especial la ruta 23 tenía un trayecto bastante largo que comenzaba en el paradero del barrio de Lawton atravesando toda la ciudad de la Habana hasta llegar al Vedado. El trayecto que más yo utilizaba junto a mis amigos regularmente era cuando los fines de semanas, nos íbamos al Pabellón Cuba, luego a la pizzería Vita Nuova, ubicada en 21 y L y finalizábamos la jornada en la heladería Coppelia.

Después de la larga espera y ya sobre el ómnibus, puesto en marcha, llegaba hasta la populosa calle 23, giraba a la derecha hacia el mar, entrando por la calle P, avanzaba hasta Infanta, haciendo una parada en el parquecito que forma el cuchillo con la calle O. En la confluencia de Infanta con San Lázaro, la 23 giraba a la izquierda bajando por toda esa ancha calle muy conocida en la Habana por estar ubicados en ella, en la misma esquina, la casa donde tantas veces tomara deliciosos ostiones, el “Pionero”, cine especializado en películas y animados para niños, albergaba “La Candeal” una de las panaderías de renombre en la capital, frente, la cafetería el Lazo de Oro, que en sus buenos tiempos tenía muy buena oferta gastronómica, en la esquina de la calle Marina estaba el supermercado 1005, un poco más abajo el Parque Maceo, donde años después, justo frente a este, en 1982 se inaugurara el hospital Ameijeiras y en la esquina con Belascoain se ubicaba la secundaria básica José Martí.

Al cruzar el semáforo, la calle en sus dos aceras estaba poblada de edificios no muy altos y casonas de amplios balcones que se extendían hasta llegar a la esquina de Galiano donde se ubica el hotel Deauville, donde la 23 giraba a la derecha y realizaba una parada en la esquina de Trocadero. Y es en esta parada donde me gustaría detenerme un momento porque en ella me ocurrió algo que nunca más he podido olvidar y me gustaría compartir con ustedes.

Uno de aquellos días de salidas nocturnas, jóvenes al fin, por ser fin de semana, caminábamos en grupo desde el Vedado. Todas las paradas por donde pasábamos estaban llenas de personas que seguramente viajaban mucho más lejos que nosotros y no tenían más opción que la espera. Ya alcanzada la calle Galiano asomó por San Lázaro una 23, deteniéndose justo ante mí, fue una sorpresa y a la vez un regalo, valorando que aún nos quedaban algunas calles por caminar hasta llegar a nuestro barrio, puse un pie en el estribo del vehículo cuando escuché una algarabía en el interior y la voz del conductor que en aquellos mismos instantes decía: ¡pues si sigue esta bronca, vamos pá la unidad de policía! Algunas voces protestaron mientras otras intentaban calmar la situación que se había generado reclamando que el ómnibus siguiera su ruta.

Me atreví a subir al segundo escalón hasta colocarme muy cerca del conductor, pero mucho más atrevida fue la pregunta que le dirigiera: ¿Por fin, pá donde va esta guagua? Haciendo alusión, si definitivamente iba a la unidad de policía como amenazara este o seguía viaje como reclamaban los viajeros.

Mí pregunta quedó en el aire como eco en caverna, apagada por una atronadora voz que me decía ¡A dónde va esto de qué? y a la vez que articulaba las silabas, se hacía acompañar por una inmensa mano que solo se detuvo cuando impactara en mi rostro, lo que provocó que mi cuerpo sin pisar los escalones que antes había subido, ahora, se encontrara sentado en plena calle, justo en el espacio que dejaba el vehículo y la acera.
Aturdido aun, vi como la 23 se deslizaba por el asfalto de la calle Galiano en dirección a la calle Ángeles, mientras, se escuchaban voces alteradas en su interior cuando se alejaba.

Ayudado me puse en pie y dispuesto a caminar el tramo que nos quedaba para llegar a casa, alguien que venía corriendo en dirección a nosotros desde donde se había detenido una vez más el ómnibus, agitando las manos en alto nos gritaba: ¡váyanse por otra calle que ese tipo está loco, tiene una corneta en la mano y quiere venir a buscarlos!

Yo no entendía nada de lo que quería decir, en principio al escuchar la palabra corneta, creí que se refería a un músico, hasta que alguien mejor entendido en la jerga de los “ambientosos”, como se le llamaba al individuo marginal, aclaró: ¡una corneta es una pistola, así que corre que es mejor que digan aquí corrió, que aquí quedó! Entonces la calle Blanco, paralela a Galiano, fue testigo de la carrera más rápida que se haya podido desarrollar por un grupo de muchachos, en sus más de cien años de existencia.

Desde aquel día la 23 ya no fue mi ruta preferida, la cambié por la 57, que en definitivas cuentas me servía igual.



 
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