Una ciudad que nunca me fue ajenaLa Habana que viví en otra piel. Ernesto y Orlando Contreras, amigos. (Parte IX)
Por Oniel Moisés Uriarte
Ernesto Balaguer, más conocido en su ambiente natural, como Ernesto “El Bala”, desde muy joven gustó de la que popularmente se conociera como música de victrola, tal vez influenciado por el entorno en que se desarrollaba su vida. Crecido en el barrio marginal habanero de San Isidro, lugar donde la prostitución y el vicio campeaban por su respeto y donde reinaba la connivencia entre chulos y agentes del orden, muchas de aquellas canciones que se escuchaban en bares y cantinas, en su contenido, expresaban despecho, abandono y traiciones, caldo de cultivo que alimentaba la violencia social entre un reducido sector de la sociedad.
Muchos fueron los exponentes representativos de esta música popular, pero si uno destacaba entre todos, este era Orlando Contreras, a quien Ernesto El Bala conociera en el año 54, cuando ya cantaba con la orquesta de Neno González, se lo presentó su amigo Silvio Contreras, su tío, pianista de la Sonora Matancera por entonces, ,quien siempre le hablaba de éste y contaba la historia de cómo había comenzado su vida artística, refiriendo que teniendo Orlando 15 años, un día se enfermó el cantante de la Sonora y los músicos que sabían que el conocía todo el repertorio, lo subieron a un cajón, para que llegara al micrófono y así salvar la actuación, el peso que cobrara por aquella actuación fue, al decir de su tío, el comienzo de una prominente carrera musical.
Al caer la tarde de un fresco día de noviembre de 1957, Ernesto había quedado en encontrarse con Orlando Contreras y Victor Rey, ambos cantantes de la orquesta de Neno González, en la cafetería ubicada en los bajos de CMQ Radio, por la calle M esquina a 23, pero justo al llegar comenzaba a caer una llovizna, que aunque fina, calaba su ropa, lo que le obligara a entrar por el pasillo, justo al lado de la agencia Vaillant Motors, donde sus vidrieras exponían flamantes automóviles de la marca Buick. La orquesta de Neno González había terminado la grabación que realizaba en el Estudio 1, emplazado al lado del restaurante Mandarín, lugar donde se produjo el encuentro.
Cuando cesó la lluvia, caminaron por la calle 23, dirección al malecón habanero y lo hacían entre recuerdos, risas y saludos de cortesía a cuantos a su paso reconocían a Contreras y Victor, figuras ya muy populares gracias a la televisión. Así hicieron el recorrido que les separaba de la calle P, donde llegados a la intersección con la populosa calzada, encaminaron sus pasos hacia la entrada principal del Cabaret Montmartre, deteniéndose bajo la marquesina mientras Ernesto fumaba un cigarrillo, así vieron arreciar la lluvia, justo en el momento que en la puerta se detenía un auto, del que descendía Alexander, pareja de baile de Marta Elena del Castillo, quien durante años formara parte del grupo Las Mulatas de Fuego. Ella que se encontraba en el hermoso lobby del edificio, los recibía con una sonrisa de satisfacción, sentándose todos en una mesa del bar, para brindar con un refrescante Highball, antes de subir al cabaret.
De Orlando Contreras, solo mencionar su nombre despertaba interés por conocerle. Artista de amplia notoriedad que había logrado en corto tiempo colocar una veintena de boleros en la máxima popularidad, dada la difusión que se daba a sus canciones a través de la radio y las victrolas diseminadas a lo largo y ancho de Cuba, un amigo del que con total orgullo, Ernesto El Bala, siempre presumiera.
Arriba en el salón la orquesta amenizaba la velada y sus integrantes al reconocer a Contreras le saludaron cortésmente y en su honor comenzaron a tocar la melodía “Por un puñado de oro”, bolero moruno que este había hecho muy popular en su voz por aquellas fechas, lo que interpretara Orlando como una invitación a subier al escenario para cantarla junto a ellos. Su actuación improvisada resultó una explosión de júbilo en el cabaret Montmartre, que ya de por si gozaba de sobrada fama por las estrellas que por allí pasaban, esta vez se engalanaba con la presencia de un ídolo de las victrolas cubanas, “La voz romántica de Cuba, como ya se le conocía dentro y fuera de la isla. Ernesto, desde la mesa que compartía con Víctor Rey, aplaudía la actuación con entusiasmo, pletórico y satisfecho de contarse entre los más cercanos afectos de tan distinguido artista cubano.
Al concluir la noche y despedirse de sus dos buenos amigos, subió por la calle 23 buscando la calle L, donde había estacionado su automóvil. La noche mostraba un cielo despejado y una temperatura agradable que por momentos golpeaba sutilmente su rostro, entonces algo le hizo recordar a María Elena su novia ausente, descubriéndose con las manos en los bolsillos avanzar lentamente mientras canturreaba el bolero “Donde tu irás”, que tan acertado siempre cantara su querido amigo Orlando Contreras.