La escuela al campo - El Rincon Cubano

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La escuela al campo

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La magia de llenar un espacio tan vital.
Mi maleta de la escuela al campo.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Hoy mi recuerdo va dedicado a las madres y padres cubanos de una generación que conociera de cerca la magia de llenar una maleta, regularmente hecha de madera rustica pero segura, tanto como un bunker, en la que guardar las provisiones que se sacaban de la manga, para que no nos faltaran víveres que apaciguaran el hambre que con doce o quince años sentíamos después de cumplir una jornada de trabajo en el surco del campo que nos tocara trabajar en aquellas escuelas al campo donde nos vinculaban el estudio con el trabajo agrícola, se decía, para estar más cerca de la tierra y formar al hombre nuevo. Pues aquel hombre nuevo se formaba, además de cumplir la norma del día guataqueando, recogiendo frutos, arrancando yerbajos o cualquier otra tarea alimentándose de potajes de chicharos, arroz,carne rusa enlatada y alguna mermelada, pero más por la obra y gracia de los malabares que hacían nuestros padres arañando la tierra para que “la maleta” tuviera provisiones para toda una semana, mientras se sucedieran, unos tras otros, los dichosos 45 días que duraba la etapa de escuela al campo, y cada domingo trasladarse cargados desde nuestras casa al destino donde se ubicara el campamento, siempre fuera de la provincia, para hacerles más fácil la tarea.

Gracias al gofio, al pan tostado, al paquete de azúcar, la lata de leche condensada, la gaceñiga, las cremitas de leche y masareales sobrevivíamos aquellas etapas, en la que a decir verdad todo no era malo. Allí éramos libres de la presión de nuestros padres en la férrea educación que nos inculcaban y podíamos ser un poco como queríamos ser. Comenzábamos a explorar la atracción por el sexo opuesto, podíamos vestir como deseábamos o como podíamos y hasta aprendíamos a bailar, era la etapa de nuestras vidas en las que ante nosotros se abría un mundo para explorar y al que no nos negábamos, porque era necesidad objetiva para nuestros escasos años de vida.

Pero de esto, los que vivimos esa época lo sabemos de sobra y como tal se lo contamos a nuestros hijos, lo que casi nunca les contamos, es la titánica tarea de nuestras madres buscando por todos los rincones de la ciudad aquellas provisiones con las que llenar nuestra maleta y nuestros padres trabajando a destajo para conseguir el dinero con el que pagar aquellas facturas.

Pero si la tarea de encontrar uno a uno los componentes de aquellas provisiones semanales era difícil, mucho más lo era encontrar el medio en que trasladarse a los campamentos. Como muchachos al fin que éramos lo que valorábamos era la presencia de estos, domingo tras domingo y por supuesto el hecho de ver recargado nuestro arsenal alimenticio, pero no valorábamos el inmenso trabajo que les representaba llegar hasta nosotros. Hoy a la distancia de los años siento que así fuera. Fueron muchas las veces que parado en la puerta del campamento oteaba buscando entre los autos que llegaban intentando adivinar en cual vendría mi madre, al divisarle, salía corriendo a su encuentro para después del beso, aliviar la carga sobre su hombro.

Se nublan mis ojos recordando aquella escena, cuanto tanto le tengo que agradecer por aquella fuerza que sacaba, no sé de donde, su delgado cuerpo. Cuanto amor ponía en cada uno de aquellos viajes, cuanto amor encerraba en si mismo cada uno de los alimentos que aquella pesada jaba contenía.

Tal vez esta fuera una deuda que me quedara pendiente de saldar con mi madre, porque si en aquellos años hubiera sabido lo importante que es decir la frase precisa en el momento preciso, se que ella se hubiera sentido reconocida, aún cuando no fuera ese su objetivo. Pero la experiencia llega con los años y cuando ya no la tenemos a nuestro lado es cuando nos llega esa sabia conclusión. Mi recomendación amigo o amiga, si eres parte de esa generación que compartiera “la maleta” y tienes la suerte de tener a tus padres, no te lo pienses, si nunca lo has hecho, corre a decirles cuanto les agradeces por lo que hicieron y como lo hicieron y recuérdales “Que esa maleta de las etapas de escuela al campo, la que seguramente hizo con sus manos el abuelo, fue como nuestro médico de cabecera, no nos habrá dado más salud, pero de seguro, nos salvo la vida.


 
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