La Benjumina - El Rincon Cubano

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La Benjumina

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Rodando con mucho ruido y poco avance.
La Benjumina, una motocicleta de los 80.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Por los años 80 para ganarse una motocicleta rusa marca Riga Karpaty 1, conocida popularmente como Benjumina, mucha era la caña que había que tumbar. No recuerdo otra forma de obtener aquel artefacto rodante, que puesto en marcha, atentaba contra todo limite de decibelios permitidos para circular en una ciudad, produciendo un ruido tan ensordecedor que podía parecer que se desplazaba a más de cien kilómetros por hora, cuando solo alcanzaba, a mucho reventar, los 50.

Al escucharle, quien no estuviera familiarizado con su mecanismo, podía pensar que avanzaba rauda y veloz, cuando realmente había rodado apenas unos metros, razón por la que el saber popular le bautizara como “socialismo”, mucho ruido y poco avance.

Yo no podía ganarme, ni por casualidad, una “Bejumina” aunque hubiera querido, porque cortar caña no fue nunca mi fuerte y porque siempre fui de la opinión que el campo estaba bien para los pajaritos, no para mí, que no tenía ni la fuerza ni la técnica necesaria, para aporrear con una mocha la más delgada de las tantas variedades de caña que se daban en Cuba.

Un amigo que hice en los años de servicio militar, resultó ser un potencial en la labor del corte de caña y justamente nos reencontramos por el año 83, formando parte de una brigada de macheteros del sindicato de los trabajadores del transporte, con la que llevaba dos o tres zafras y ya destacaba en su rendimiento, meritos que le otorgaban la condición de vanguardia, municipal, provincial y nacional. Cada uno de los galardones que en su trayectoria recibía, implicaba la asignación de un reconocimiento material, estos en principio, consistieron en una motocicleta “Benjumina”, otra de la marca Minsk 125 cc, algo más grande y robusta que la Benjumina y finalmente un auto Lada 1600.

A lo largo de esa década nos seguimos viendo y compartiendo, hasta que por razones personales me trasladé a la provincia de Matanzas llegado el año 90, hasta bien entrados en el periodo especial, que regresara nuevamente a la capital. Ya para entonces, mi amigo no formaba parte de ningún batallón de macheteros, caña apenas había para cortar y los centrales comenzaban a desmantelarse, a falta de piezas de repuestos. Sin embargo, de aquellos estímulos materiales que un día le reconocieran sus proezas en los surcos de cuanto cañaveral pisara años atrás, solo quedaba su enjuta motocicleta Benjumina, que a pesar de su paupérrimo aspecto, había resistido estoicamente el paso del tiempo.

Poco o casi nada, conservaba aquella motocicleta de sus mejores momentos, en los que mi amigo le cuidaba como el trofeo que era, siempre reluciente y limpia, pero al menos, funcionaba perfectamente, en momentos en los que el transporte en La Habana, era escaso o casi nulo. Poseer aquel medio rodante, era un verdadero privilegio, cuando la ciudad se poblaba de bicicletas chinas y los más avivados les adicionaban los motores que utilizaban las mochilas de fumigación.

Cuando mi amigo conoció de mi regreso, un día fue a visitarme a Alamar, algo que le agradecí con todo el afecto que siempre le tuve, pero que verdaderamente consideré una autentica locura, cuando supe que había viajado desde La Lisa, en su Benjumina a 50 km/h, haciendo un larguísimo recorrido, bajo el intenso sol del verano cubano.

Pero si esto puede considerarse una hazaña, lo que les cuente ahora, supera todas las expectativas. Había salido de su casa a las 9 de la mañana y llegaba a Alamar muy cerca de las 2 de la tarde, cinco horas en la que no pudo pasar más trabajo, por ser tan voluntarioso, como siempre fuera.

Llegando a la Virgen del Camino se quedó sin gasolina, por lo que tuvo que caminar casi tres kilómetros, hasta encontrar una estación de servicios donde conseguir un poco de combustible para continuar, aun teniendo conocimiento que esto era como jugar a la ruleta rusa. Conseguido a duras penas el objetivo, continuo camino, hasta que llegando a la rotonda de Guanabacoa, pinchara la rueda trasera, teniendo que caminar nuevamente con la moto, hasta el reparto Obrero, donde conocía había uno de los negocios que por entonces proliferaban en la capital, una ponchera. Tan fatal se puso que al llegar al lugar, no había luz, por lo que la plancha de calor para vulcanizar la maltrecha cámara no funcionaba.

Que no pudiera coger el ponche, no amilanó a mi amigo para nada, quien cogiendo una tijera, cortó la válvula sin desmontar la rueda y desplazándose hasta un placer frente a la ponchera, donde crecía la hierba, con mucha paciencia, se sentó sobre el fresco césped y comenzó a cortar manojos pequeños que fue introduciendo a través de la abertura, prensándoles con un alambre, hasta llenar completamente la rueda y comprobar que su consistencia resistía su peso. Una vez convencido que podía ponerse en marcha, así lo hizo, llegando sin más contratiempo a su destino. Algo que dejaba bien sentado, la capacidad del cubano para enfrentar con imaginación, los retos más difíciles del día a día.


 
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