El Servicio Militar - El Rincon Cubano

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El Servicio Militar

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Al llamado del deber, lo mejor precaver.
El Servicio Militar General en Cuba.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Decían nuestros mayores, allá por los años setenta, que el servicio militar enderezaba a los jóvenes y los hacía hombres preparados para la vida. Puede que tuvieran razón, pero al menos en mi caso, no creo me haya servido de mucho vestir el uniforme verde olivo, a lo largo de tres años interminables.

Fui reclutado el 28 de agosto del año 1978, formando parte del 15 llamado del batallón 15 de la División Colón. La unidad en la que pasé la preparación previa que duraba 45 días, estaba ubicada en un pequeño caserío conocido como “El Líbano”, en la carretera que va de Colón a Martí.

Mi compañía la dirigía un teniente de apellido Sánchez, hombre rollizo, de poca estatura, pronunciada barriga y rostro bonachón, al que se le enrojecían los cachetes cuando estaba de buen humor, pero también, cuando se ponía furioso, algo no muy difícil de lograr, máxime cuando la tropa le había tomado la medida y cada dos por tres lo sacaban de sus casillas.

Sánchez, un hombre curtido por el trabajo de campo, conocía como nadie, todos los secretos de la tierra y la cría de animales, no era nada raro, verle atendiendo un pequeño sembrado, que había preparado en la parte trasera de uno de los albergues donde nos alojábamos los guardias. También tenía una pareja de cerdos que campeaban por su respeto en todo el campamento y una yegua ruana que pastaba en un potrero cercano a nuestra unidad.

Una mañana, cuando el teniente había disfrutado de un fin de semana en su casa, presumía de lucir un uniforme verde olivo impecablemente, bien estirado por una mano esmerada con la plancha. La tierra húmeda de la mañana acumulaba pequeños charcos de agua por la lluvia caída la noche anterior y el teniente Sánchez pretendía que los guardias nos tendiéramos en el suelo y nos arrastrásemos, fusil, mochila y casco incluido, con solo indicarnos como teníamos que hacerlo, apartado de la tropa y sin poner en riesgo su inmaculado uniforme. Tan mal lo hacíamos, que una y otra vez tenía que darnos indicaciones, hasta que ya fuera de sí y al reclamo nuestro de que necesitábamos nos lo enseñara en la práctica, no le quedó más remedio que tirarse al suelo y arrastrarse, mientras muy por lo bajo nos reíamos del espectáculo que presenciábamos.

Aquello fue como despertar a la fiera que llevaba dentro, cuando se levantó del suelo, lleno de lodo y con cara de muy pocos amigos, no quedo uno de nosotros en pie, nos hizo arrastrar y dar vueltas sobre nuestros cuerpos y todo esto, bajo una alambrada que no nos permitía ni levantar la cabeza siquiera, porque por encima pasaban ráfagas disparadas desde su fusil AKM, como para que no olvidáramos nunca la lección.

La venganza de los guardias no se hizo esperar, alguien perverso y enfermo se tomó la licencia de violar a la puerca de Sánchez, no se mal interprete, me refiero a la cerda que criaba en la unidad. Por este hecho, formó a toda la compañía cerca de las 10 de la noche, amenazando que si no aparecía el culpable de tan aberrante delito, estaríamos allí, si era preciso, hasta el mismo amanecer. De más está decir que nunca apareció el violador de la cerdita, pero en cambio, quedó para la historia, una frase surgida desde lo más profundo del amor que sentía Sánchez por sus animales, cuando pronunciara sin calcular la dimensión de la expresión <se lo hacen al pobre animal porque no puede defenderse, ¿por qué no me lo hacen a mí?> y una voz simulada y escondida entre las filas de guardias, se escuchaba respondiéndole, <bájate los pantalones y ya verás>. El resultado, hasta muy cerca del amanecer, estuvimos al sereno, casi cayéndonos de sueño, para empatar la noche con el día que nos lo puso bastante difícil con los ejercicios agotadores que nos preparara el ultrajado teniente Sánchez.

Otro de los episodios protagonizados por aquel buen hombre, fue llegado el fin de año, fechas en las que a la unidad militar le asignaron un enorme cerdo para ser sacrificado, asado y repartido entre la tropa, acompañado de algunas cajas de cervezas y botellas de ron para brindar por el aniversario del triunfo de la revolución. Aún faltaban dos horas para que amaneciera y ya Sánchez tenía preparada la púa, el fuego y el cerdo listo para asar. Se realizaron algunas actividades de guardia vieja en el campamento (limpieza de las áreas exteriores de los albergues) por lo que en la tarde estábamos libres para asearnos, preparar los uniformes o descansar. En aquellos momentos habíamos quedado de retenes en la unidad aproximadamente 50 guardias, el resto de la compañía había sido autorizado para disfrutar del fin de año en sus casas. Lo que no contaba Sánchez era que de aquellos que quedábamos, llegada la hora de la cena, no habíamos más que siete en toda la unidad, los demás se habían tomado las de Villadiego, fugándose al pueblo de Colón, donde la mayoría tenía novias o estaban casados.

Entre las cervezas que Sánchez se tomara mientras preparaba el cerdo y los abundantes tragos de ron en strike que se bebiera, se pasó de la raya y comenzó a comer indiscriminadamente grandes trozos de carne como si no pudiera parar de hacerlo y fue tanto el alcohol y la carne que consumiera, que muy cerca de las once de la noche, nuestro ilustre teniente se vio atacado por una descomposición de estomago tan violenta que comenzó a sangrar, lo que provocó que tuviéramos que entre cuatro guardias trasladarle al hospital de Colón. Su glotonería nos dejó sin carne y sin fiesta de fin de año. Sánchez, increíblemente, se había comido un puerco, que se había calculado para los casi cincuenta hombres.

De verme en la ciudad y no tener razón para regresar al campamento, esa noche me quedé en Colón y ya puesto, seguí para La Habana, lo que no se debió ver muy bien por el alto mando, que enseguida me dio por desertor, situación que salvé, gracias a mi madre, que me acompañó de regreso el día de Reyes, convenciendo al jefe de Batallón para que no me aplicara un castigo muy severo. Y no fue el único disparate que hiciera en los tres años que durara el martirio de cumplir con el llamado deber patrio, pero esos serán para contarlo en otra ocasión.


 
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