El reparto Alamar - El Rincon Cubano

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El reparto Alamar

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Edificaciones florecidas para ser fértiles.
El Reparto Alamar, propósito y desacierto. 
Por Oniel Moisés Uriarte.

Corría el año 81, cuando llegué por primera vez al Reparto Alamar, lugar, donde un año antes mi madre se ganara, con esfuerzo propio, el derecho a disfrutar de un modesto apartamento, en el segundo piso de un edificio de micro brigada, ubicado en la zona 12, cuando esta, se encontraba en pleno auge y desarrollo. Contaba el apartamento, con dos habitaciones, sala, un minúsculo cuarto de baño, una pequeña cocina, balcón a la calle y patio trasero con lavadero.

Recuerdo ese día con mucha claridad, como intensa era la luz del sol, a las doce del mediodía de un caluroso mes de junio. Desde el paradero de la 215, ruta que hacia el viaje Alamar- Capitolio, tuve que caminar casi dos kilómetros, bordeando la fábrica de sorbetos, para llegar a undescampado, donde nacía una larga acera de cemento, de más de trescientos metros, que comunicaba la ancha calle tras de mí, con el primer edificio de la zona 12, construcción que se empinaba a lo lejos, luciendo el color blanco de sus fachadas y el rojo intenso de sus ventanas.

Allí pasé algunos años de mi vida, tras cumplir el servicio militar, proceso de adaptación que no me costó ningún trabajo asimilar. Tenía que hacer nuevos amigos, conocer el territorio y buscar formas de comunicación en tan peculiar comarca. Peculiar digo, porque en Alamar, toda forma de orientación iba contra la lógica. Al entrar al reparto encontrabas la zona 10 seguida de la 11 pero justo enfrente de estas, la zona 6. Para llegar a la zona 1 tenía que adentrarme bien en el reparto. Si buscabas el edificio H-19, supuestamente este debía estar seguido del H-18, pues no. Este se podía encontrar a una distancia de 200 metros. Las calles, si acaso tenían nombres, nadie los conocía, para orientar a alguien se recurría a puntos de referencia como La Chusmita, La Casa de la Cultura, el cine, El Hanói, la fábrica de Guayaberas, las casitas de los rusos, la piscina, el supermercado…

¡El supermercado, que recuerdos! Cuando llegué a mi querido reparto Alamar, entrar a un supermercado era un lujo, una gran variedad de productos liberados, ubicados en estantes bien ordenados, invitaban a desandar los pasillos, empujando un carrito para compras, buscando las ofertas y novedades del día. Al final del recorrido el pago se realizaba en cajas atendidas por amables empleados, a semejanza de cualquier país desarrollado.

Por su condición de ciudad dormitorio, Alamar se poblaba desde 1972, fecha en la que se entregó la primera escuela construida por las brigadas Tupamaros, el centro comercial Falcón, el circulo infantil Hanói y la fábrica de toallas. A partir de aquel año, Alamar crecía por día, llegando a contar en 1975, entre otras construcciones, con seis escuelas seminternados, ocho círculos infantiles, tres centros comerciales, fábrica de confecciones textiles, un policlínico, cine, anfiteatro, una piscina olímpica, terminal de ómnibus, planta de tratamiento de agua, cuatro edificios de l2 plantas y uno de 18 plantas. Así era aquel Alamar de por entonces, una ciudad prospera.

Muchos éramos los jóvenes que fuimos a vivir en aquel lugar, donde gozábamos de aire puro, de la cercanía al mar y de las variadas propuestas de ocio. Entre estas, la playa de Bacuranao, adonde llegábamos caminando en grande grupos, recorriendo los más de cinco kilómetros que le separaban de nuestra zona, pasando frente a la Academia Militar.

Llegar desde la Habana o desde las playas del Este, a las zonas de la llamada Siberia, del reparto Alamar, era bastante fácil, la 162 y la 62 que recorrían Vía Blanca, tenían paradas de un lado y otro de la carretera. Desde el Vedado se podía llegar en la 216 y en la 215, desde el Capitolio.

Cuando tomé la decisión de radicarme fuera de Cuba, aún vivía en Alamar, fueron años en los que varias veces me fuera a vivir en otras zonas de la Habana, pero siempre regresando al punto de origen. Al lugar donde mi madre con esfuerzo, muchas veces robándole horas al sueño, dedicara su tiempo a trabajar en la construcción de aquel edificio donde vivimos muchos años. Por esa razón, fiel a su memoria, siempre Alamar, fue mi mejor opción y hoy, transcurridos dos décadas desde mi salida definitiva de Cuba, sigue vivo en mi memoria el recuerdo del lugar desde donde partí y del que en los últimos años fui testigo de un deterioro sin igual.

Un solo ejemplo, que desde aquellos años me ilustró el derrotero hacia donde iba Alamar, fue el momento en que se transformara la organización interna de los supermercados, del sistema de autoservicio, con el que fueron fundados, a la creación de micro bodegas bajo el mismo recinto, en las que se aglutinaban en cifras aproximadas a mil núcleos familiares, por cada una de las llamadas islas, en las que se controlaba la distribución de víveres, a través de la libreta de abastecimiento, acción esta, que como todas las que desde entonces acontecieran, llegado el “Periodo especial en tiempo de paz”, marcaron el punto de partida, sin meta de llegada, de una etapa que dura ya veintisiete años de carencias, sin soluciones a la vista.

Hoy en Alamar, los edificios ya no lucen sus vivos colores, la erosión del mar y la falta de mantenimiento, les pasan factura. En las calles y avenidas ya no reina la higiene que caracterizaron sus inicios, los centros de ocio, son deprimentes caricaturas de lo que un día fueron. En las escuelas, círculos infantiles y fábricas, el deterioro es visible, sin necesidad de hurgar en sus interioridades. Este es el legado que han recibido los que han llegado después, un sueño convertido en real pesadilla, de la que queriendo despertar, cada vez se les hace más remota la posibilidad.


 
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