El Náutico en mis recuerdos - El Rincon Cubano

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El Náutico en mis recuerdos

Memorias > Publicaciones 2019
El Náutico en mis recuerdos
Un balneario perdido en el tiempo.
Por Oniel Moisés Uriarte

Recuerdo como si fuera hoy, cuando de la mano de mis padrinos visitara por primera vez la edificación que apenas unos años atrás había sido el Club Náutico de Marianao, para entonces, lo que en su día fuera uno de los clubes playeros destinados a la clase media que más popularidad alcanzó en La Habana y, sin dudas, el mejor equipado para el esparcimiento de sus asociados, a pocos meses del primero de enero de 1959, se había convertido en el “Circulo Social Obrero Félix Elmuza”, destinado al ocio y descanso de los trabajadores del sector del transporte, incluida la aviación civil cubana.

Para un niño de apenas seis años, los grandes arcos de su portal y el amplio corredor que desembocaba en la playa, parecieron inmensos, al reflejarse estos en el suelo de granito pulido que resplandecía. Sillas situadas a ambos lados de lo que bien se me antojaba como un ancho paseo hasta pocos metros del mar, acomodaban a las familias, mientras los niños corrían de un lado a otro con total libertad de movimientos.

Adentrándonos en la instalación, hacia mi izquierda, se situaba un escenario con su pista de baile bajo la amplia terraza techada que corría a lo largo del frente de la playa artificial. Me vienen al recuerdo las taquillas, los salones de fiesta, la cafetería y el restaurante, el bar, su lavandería y hasta la peluquería.

Aquel lugar, que cuando niño era para mí un privilegio acudir al menos una vez al mes, se fue haciendo una costumbre ya de adolescente que los fines de semana me reuniera allí con mis amigos, con los que desde muy temprano en la mañana subía a la 132, ruta que por entonces nos transportaba desde la terminal de trenes hasta el paradero de Miramar, para desde allí hacer el trayecto a pie hasta la calle 152 en la que nos adentrábamos en busca del oasis de esparcimiento e inigualable plaza de conquistas amorosas, que nos representaba El Náutico, de aquellos placenteros años.

En El Náutico jugábamos al beisbol, al de verdad, con guantes de cuero, pelotas de poly, guantes y hasta zapatos de pinchos en las suelas. Unos años más tarde, cuando probamos el gusto a jugar en sus canchas de tenis, cambiamos aquellos aperos por las raquetas de madera tejidas con nylon, pullovers y pantalones cortos. En sus piscinas, tanto cuando pequeños y luego ya de adolescentes, braceamos hasta el cansancio en las transparentes aguas de sus piscinas con fuerte olor al cloro que las mantenía desinfectadas y limpias. En la arena muy cerca de la orilla del mar encerrado en pequeñas playas artificiales no pocas fueron las siestas reponedoras que nos echáramos para cargar las pilas y poder resistir hasta el bailable con orquesta en sus noches de fin de semana.

Recordar aquel balneario me crea una sensación de inigualable placer, desde el momento mismo que entrabamos a los vestuarios, en el que guardábamos con total seguridad nuestras pertenencias, pedíamos un refresco o helado en su cafetería frente a las canchas de tenis, cuando sentado en el salón de su restaurante comíamos al caer la tarde o cuando pedíamos una pizza para degustarla en la mano envuelta en un cartón, que al momento se manchaba con la grasa del queso derretido que el calor del horno le traspasaba y envolvía nuestros sentidos con el olor que desprendía.

A finales de 1973 tuve la suerte de bailar en “El Náutico” con la orquesta Los Van Van, a su regreso de España donde grabara el disco “De transito” y justo cuando se estrenaba Pedrito Calvo como uno de sus cantantes. Ya para entonces gozaban del reconocimiento del público bailador y se producían cambios favorables para la formación musical que ganaba por días la preferencia de los cubanos. Me llamó poderosamente la atención que la orquesta perfilaba su estilo hasta en la estética de sus integrantes, vistiendo ese día pantalones blancos de corte recto y camisas estampadas que se ajustaban a la cintura por una ancha faja elástica y como el único músico que no había viajado con la orquesta era precisamente Pedrito, este lucía una camisa de flores unida a una faja hecha con la parte de debajo de lo que llamamos los cubanos enguatada, eso daba la medida de la buena intención del artista de integrarse al colectivo, no era la camisa original pero al menos daba el pego y eso de por si ya era un merito a su favor.

Años después cuando me desmovilice del ejército y comenzara a trabajar en el Sindicato Provincial de Transportes de Ciudad de la Habana, mi relación con El Náutico se estrechó aún más. En sus salones de reuniones se realizaban importantes encuentros con los vanguardias provinciales y en sus cocinas se elaboraban las meriendas y almuerzos que distribuíamos entre los miembros del Comité Provincial, razón por la que varias veces en una misma semana tenía que acudir al centro. Su director por aquellos años era Hidalgo Gato, un buen pinareño con quien entablara una buena amistad, fiel y celoso protector del mantenimiento de tan importante instalación a su cargo muchas cosas me enseño con su forma de entregarse al trabajo.

Allí vi por última vez, actuando en directo para el cumpleaños de una de sus hijas, al gran Pancho Alonso, acompañado por su orquesta Los Bocucos. En los salones del círculo social pude organizar importantes muestras de arte, impulsando el trabajo de noveles artistas cubanos. En su terreno de beisbol dejé la piel al deslizarme en la tercera base jugando solamente vistiendo un corto bañador. En la piscina para adultos, con solo seis meses, dio sus primeras brazadas mi entonces pequeña hija Dianne. En el año dos mil en un viaje que hiciera a Cuba, sentados frente al mar, en ese mismo lugar, tuve la última conversación con una de las personas a quien más he querido en mi vida, mi padrino Raulito, quien pocos meses después partiera de forma física definitivamente. Muchos son los recuerdos que guardo de ese entrañable lugar dentro de mí.

No puedo evocar su pasado más que el que en propia piel viviera, pero de cualquier forma fuera para mí un verdadero privilegio haber conocido. No viví sus años de esplendor cuando fuera uno de los clubes playeros destinados a la clase media que más popularidad alcanzó en La Habana y, sin dudas el mejor equipado para el esparcimiento de sus asociados, entre los de su tipo. Fundado en 1933, por la iniciativa de Carlos Fernández Campos, quien fuera su presidente hasta la intervención del club en 1959, quien se dio a la tarea de construir un club, que sin la pompa y el lujo de otros clubes contase con instalaciones sino a su altura, al menos si competitivas, surgiendo así el Club Náutico de Marianao.

Hoy siento profundo dolor al conocer el estado de total abandono en el que se ve sumido “El Náutico” y su futuro incierto. Ante la falta de insumos, la destrucción y desaparición de medios, la falta de mantenimiento y de reparaciones de todo tipo, más la desidia y la irresponsabilidad generalizadas, fue perdiendo cualidades y atractivos, convirtiéndose en verdadera ruina, sin baños, sin duchas ni taquillas, con cafeterías y restaurantes cerrados, piscinas clausuradas, áreas deportivas abandonadas y salones vacíos, donde lo único utilizable han sido las playas, sucias y sin ninguna atención. Un lugar único que pasó de la opulencia a la miseria de forma acelerada.

 
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