El Goyo - El Rincon Cubano

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El Goyo

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El hablar alimentaba a Goyo.
Una costumbre muy cubana, no callar.
Oniel Moisés Uriarte.

Esa dichosa manía que tenemos los cubanos de ir hablando con todo el mundo a donde quiera que llegamos, a veces es bueno y otras no tanto, pero lo que no se puede negar es que pá los cubanos no hay miedo escénico. Sea dentro o fuera de la Isla, la verdad es que, si nos quedamos callados, reventamos. No se concibe a un cubano poniéndose en una fila y pasar más de diez minutos sin que le pregunte cualquier cosa al de adelante o al que se ubica detrás de él, digo cualquier cosa porque en verdad cualquier tema le viene bien con tal de no pasar un rato aburrido. Tal vez de ahí venga la fama de no caer en estrés ya que, si asumiéramos la actitud del mutismo, el hecho mismo de tener que ponernos a pensar en los problemas que envuelven la vida cotidiana, lo que nos provocaría sería una tremenda depresión, término que en Cuba aún está por conocerse.

El cubano es atrevido por naturaleza y artífice de las relaciones públicas; véase a un cubano en un aeropuerto como el de Barajas, frente a los monitores que anuncian la llegada de los vuelos internacionales, se desespera, no sigue el orden lógico de ir mirando los listados consecutivamente, solo quiere encontrar lo que busca, ya, así de inmediato sin perder tiempo y entonces recurre a un método funcional, preguntarle a la persona que está a su lado, que por supuesto está cumpliendo con el riguroso ritual de buscar vuelo a vuelo el de su interés, ¿si el avión de Iberia que viene de la Habana aterrizó y si sabe por que sala?. ¡coño, viejo búscalo tu mismo! Pero no, eso no es lo que le responde la amable persona a la que se dirige que casualmente habla castellano y espera también a alguien que vuela desde Cuba, solo que, por otra línea aérea, interrumpiendo su búsqueda va y le señala en el monitor correspondiente donde está anunciado lo que busca el cubano, quien se deshace en agradecimientos mientras se aleja corriendo al lugar de desembarque.

Si la situación sucede en un avión, en una parada de autobús o en el metro sería igual, solo que la gente le miraría un poco como sorprendida y hasta pensaría que está loco, por no ser lo habitual y cada uno ir a su aire sin muchos deseos que le interrumpan en sus secciones de estrés, sumándole a esto la capacidad del cubano de volar sobre las palabras y comerse las consonantes, lo que ocasiona que el receptor solo escuche articulaciones en forma de gruñidos, algo que ocasiona mucha más molestia. Pero el cubano solo sigue su instinto comunicador, lo mismo le comenta sobre la situación política en el medio oriente, incluida la solución al conflicto, sobre la última entrega de los premios Grammys, el estreno del jueves o lo que pasó con el cubano de la casa de Gran Hermano.

Todo cubano que se respeta en la profesión innata de comunicador social sabe bien como entrar en contacto con el medio que lo rodea, utilizando la palabra clave, el gesto imprescindible o el ruido necesario para sacar del silencio a su elegido, quien pocas veces se resiste a sus encantadores comentarios fluidos y lucidos, aun, cuando sea de esas personas que le importa un bledo que a su lado se caiga un edificio, se incendie un autobús o una fiera escape del zoológico de su ciudad, basta que el acento descubra al cubano para que enseguida exista reciprocidad de entendimiento y por supuesto las infaltables interrogantes, ¿como saliste de Cuba?, ¿ que va a pasar ahora que murió Fidel? o ¿cómo te tratan por acá?, temas en los que el cubano está bien preparado para responder.

En fin, que, en verdad, el cubano es bien recibido en cualquier punto de la geografía mundial, tomándole como algo propio enseguida y hasta le protegen con cariño y admiración. Realidad esta que es asumida con orgullo por la especie, si porque el cubano, según el maestro Álvarez Guedes, es una especie única, especie rara que habla tres idiomas únicos, habla castellano, habla por teléfono y habla mierda como nadie, pero de que se comunica rápido, dalo por hecho.

Yo conocí uno que podía estar hablando toda una noche sin parar, habilidad adquirida en las largas jornadas nocturnas de guardias del CDR allá en su barrio habanero, o en los velatorios donde descargaba la reserva completa de los chistes de Pepito o en las interminables noches de pesca de orilla sentado en el Malecón, dando muela con el compañero de al lado para no dormirse y así obtener sino una buena pesca por lo menos un catarro digno.

El Goyo, que así le decían a mi conocido, era una especie muy especial de cubano hablador, imagínate que trabajaba como tabaquero en una fábrica de puros habanos en la que pasaba casi ocho horas sin hablar, porque el que allí habla es el lector de tabaquería y lo único que se puede hacer es torcer y torcer hojas de habano hasta el cansancio. Cuando el Goyo salía de la fábrica era como si destaparan una olla de presión recién bajada del fuego, recorría la distancia hasta su casa sin parar de hablar, saludando a todo el que se le cruzaba en el camino, con el chófer del autobús, con la viejita que le daba el último en la cola del pan, con la enfermera de la posta medica donde se tomaba la tensión y hasta con los muchachos que jugaban a las cuatro esquinas con pelota de goma. Nada que el Goyo sin hablar no era nadie, es como si no existiera, por hablar hablaba hasta dormido que ya es mucho decir.

Pues un día el Goyo no pudo hablar, una mañana en que su potente voz quedó reducida al susurro, lo notó cuando a las cinco de la mañana se levantó como de costumbre para irse a la fábrica y se paró delante de Ruperto, un loro que le había regalado un jodedor cubano en una zafra del pueblo allá por Camaguey, y el “¿como está mi lorito hoy?” de todos los días no le brotó, cosa que sorprendió más a Ruperto.

Muy preocupado se fue a trabajar y de regreso en total silencio ante el asombro de sus machacadas victimas del diario, llegó a la consulta del médico de la familia de su cuadra, este le reconoció y le diagnosticó una afección muy seria en las cuerdas vocales que con un prolongado tratamiento y un plan médico le devolvería la voz, pues sepan ustedes que la preocupación más grande que tenía el Goyo era que muy pronto saldría de viaje a Alemania , viaje que se había ganado como estímulo por buen trabajador, mejor dicho, trabajador vanguardia y se preguntaba a si mismo para que carajo iba a hacer aquel viaje si no podía hablar, en un caso normal de ser humano o en el caso de otra especie humana que no fuera la cubana, la preocupación sería por no poder caminar, o no poder ver, pero hablar, eso solo le preocupa al cubano y mucho más al Goyo que no concebía su viaje sin poder entablar conversaciones con sus compañeros de viaje.

Corriendo se fue a ver al médico de los pies descalzos, ese que en Cuba atiende sentado sobre una esterilla consultando los caracoles y a los orichas se encomendó, y entre otras cosas les prometió que si antes de salir de viaje le devolvían la voz, cuando regresara estaría un año entero sin pronunciar palabra.

Con unas gárgaras hechas de un líquido medio naranja y rojizo obtenido de yerbas medicinales, que estuvo haciendo durante los siguientes siete días, amaneció al octavo frente a Ruperto como si nada hubiera ocurrido con anterioridad, como si los días de silencio no hubieran pasado, más que en una pesadilla, el habitual ¿cómo está mi lorito hoy? volvió a reinar en la casa. Y llegó el viaje y por supuesto el regreso, como buen cumplidor de promesas a partir de su llegada a la Habana se sumió en un silencio total.

Imagínate, que no pudiera contar lo que había vivido y visto en aquel viaje, era algo muy fuerte para el y así transcurrió aquel año de mutismo prometido, en el que para pasarlo mejor se iba a la Catedral de la Habana en los horarios que permanecía abierta y solo leía o escuchaba misa, se conoció así todas las iglesias de la Habana, un año interminable de silencio irrompible.

Y así llegó el día trescientos sesenta y seis y para asombro de todos lo que lo conocían, como si, recién regresará de aquel viaje que un año antes había realizado contaba hasta el último de los detalle, y era tanta la pasión que le ponía a sus relatos que hacía pensar que un poco se le iba la mano en fantasías.

Pero nada que el Goyo se la estaba desquitando y si algo se le había olvidado lo sustituía por su imaginación de conversador empedernido. Indudablemente, son cosas de cubanos que nos hacen ser un poco diferentes y lo más jodido es que lo sabemos y muchas veces nos aprovechamos de ello, pero bueno la defensa es permitida ¿no? Pero que en verdad no creo le hagamos mucho daño a nadie.

 
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