El galeón Vahuala - El Rincon Cubano

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El galeón Vahuala

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Una propuesta diferente en la capital.
El Vahuala, un pequeño galeón que hizo su historia.
Por Oniel Moisés Uriarte

Por los años 90 La Habana se abre a la música tecno muy de moda en el mundo y con ello se inauguran en la ciudad, distintos puntos de encuentros nocturnos con esta modalidad musical, entre ellos la que rápidamente se convirtiera en una de las más populares, la Disco Havana Club, más conocida como la discoteca del “Comodoro”. En aquella propuesta se dio a conocer un personaje de origen español llamado Jordi, quien se encargaba en principio de pinchar la música en la discoteca y pasado poco tiempo, en el que su popularidad creciera, aparecía con una nueva propuesta, “El Galeón”, un viejo navío español restaurado y adaptado para servir como discoteca móvil en el mar, forma novedosa de atraer a la juventud amante de la música tecno. Por el precio de 10 pesos con el que se franqueaba la entrada, se podía pasar en La Habana de aquellos años, una noche diferente.

Meses después, tres amigos holandeses llegados a la capital cubana, adaptan las condiciones de un pequeño galeón, al que bautizaron con el nombre de “Vahuala”, para funcionar como bar-discoteca y que durante algún tiempo fue anclado frente al edificio de la Marina de Guerra, en el puerto de La Habana. La propuesta se fundamentaba, en brindar a los visitantes extranjeros y nacionales, la posibilidad de una salida a lo largo del litoral habanero, acompañado por una agrupación de música popular y tradicional cubana, y poder ver la puesta de sol desde el mar, disfrutando un exquisito y refrescante cóctel.

Era fascinante compartir el espacio, lo mismo a lo largo del día, cuando el barco permanecía anclado en el puerto y se podía abordar para tomar una copa, mientras se escuchaba música grabada, como cuando zarpaba enfilando el canal marítimo, pasando muy cerca de los Castillos del Morro y La Cabaña de La Habana. Extraordinaria experiencia cuando la proa del pequeño galeón enfilaba a mar abierto y desplegaba las velas, permitiendo que la fresca brisa del atardecer deslizara la embarcación sobre las impasibles olas. Yo pude vivir la experiencia desde que la agrupación musical con la que trabajaba por entonces, fuera contratada para amenizar las noches del “Vahuala”.

Aquella experiencia me brindaba la oportunidad de conocer y hacer nuevos amigos y compartir con destacadas personalidades de la cultura y el deporte, que escogían el lugar, para pasar un tiempo de ocio totalmente diferente, en un ambiente tranquilo, además de exclusivo y reservado, para quienes tenían por buen propósito, pasar inadvertidos entre el público que subía a la embarcación. Los visitantes foráneos, como por efecto contagio, gustaban subir a cubierta, donde se ubicaba nuestra agrupación musical, para bailar descalzos sobre la pulida superficie de madera, copa en mano y dejarse llevar por el ritmo de la música cubana, ejecutando movimientos espasmódicos y arrítmicos, que les proporcionaban verdadera satisfacción. Era un ambiente único lo que allí vivía cada noche, noches que nunca se parecían unas a otras, máxime cuando llegada la hora en la que el sol se ocultaba en el horizonte, dibujando el cielo de un color naranja intenso, en el que se delineaban en siluetas, los rostros extasiados de los que reunidos sobre cubierta, contemplábamos el magnífico espectáculo que nos brindara la naturaleza.

Aquel idílico punto de encuentro habanero duro muy poco tiempo, quiso la suerte que uno de los dueños del barco, joven holandés residente en La Habana, se viera envuelto en un accidente mortal sobre su moto de gran cilindrada, en el que perdiera la vida junto a su compañera sentimental, una preciosa negra cubana. Derivando aquel fatal acontecimiento, en que sus socios no pudieran continuar llevando una propuesta, en la que el desaparecido amigo era quien verdaderamente conocía el funcionamiento y llevaba el peso de la organización y desarrollo de la actividad.

“El Galeón”, competidor del “Vahuala”, después de un operativo policial contra el comercio y expoltación sexual que se instalaba ya por entonces con fuerzas en La Habana, terminaba sus días de gloria, en un viejo y abandonado astillero del pueblo de Regla, donde el deterioro causado por la fuerza arrasadora del salitre, lo fue deteriorando poco a poco.

Así terminaba un capitulo destacado, en la vida nocturna de una ciudad que se iba apagando poco a poco, sumida en la escasez y crisis económica, marcada por un periodo especial impuesto por la necesidad de perdurar en el tiempo un proyecto frustrante para quienes lo vivimos en propia piel.

 
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