Cuando sol y mar coexistieron en lo urbano.El Circulo Social Obrero, una opción al ocio popular.
Por Oniel Moisés Uriarte.
No puedo recordar la primera vez que mi madre me llevara a uno de los lugares con el que tuve después, en la adolescencia, una estrecha relación. Si puedo recordar, que por estar situado a tres calles de la casa, donde pasara gran parte de mi niñez, comenzáramos a ser asiduos, del que en su día fuera, el Club de Ferreteros, rebautizado como Circulo Social Obrero Armando Mestre y al que el pueblo, por la fuerza de costumbre, siguiera llamando “El Ferretero”.
Ubicado en la calle 1ra y 20 del reparto Miramar, los fines de semana optábamos por coexistir en el mismo espacio urbano con el sol y el mar, aunque no despreciábamos las piscinas, las canchas de tenis, la excelente calidad de las ofertas gastronómicas y en las noches de fin de semana, los bailables amenizados por las más populares orquestas del momento.
Tendría 17 o 18 años, cuando en una de aquellas fiestas de sábado por la noche, conociera a una joven estudiante de inglés en la escuela de Idiomas Máximo Gorki, en condición de internada, por ser de un pueblo del interior de Matanzas y con la que comenzara una relación sentimental que se extendería algunos años, razón por la que tomamos el circulo social Armando Mestre, como punto de encuentro y de ocio, para fines de semana.
“El Ferretero”, en lo personal, siempre lo consideré un lugar especial, fue allí donde por primera vez vistiera un Kimono, para practicar el judo que impartía mi padrino Raulito, la persona con quien más identificado estuve, a lo largo de toda su existencia. Todo en aquel lugar me sabía de una forma tan particularmente diferente, que intentaba pasar el mayor tiempo posible en sus instalaciones. En su piscina aprendí a nadar todos los estilos que fui capaz de asimilar a mis escasos ocho años, en sus canchas aprendí a jugar al tenis cuando tenía cerca de 11 y en su pista de baile, a tirar los primeros pasillos ya estando en secundaria.
El Circulo Social Obrero Armando Mestre, asociaba en aquellos años, a los trabajadores de la industria alimentaria y tabacalera, a la que pertenecía mi padrino Raulito, algo que nos franqueaba las puertas de tan selecto lugar, además de ser muy accesible desde lo económico disfrutar de sus ofertas de ocio, servicios y gastronomía.
Algo que nunca he olvidado, es el hecho de haber podido disfrutar en “El Ferretero”, la actuación en directo del gran Barbarito Diez, acompañado de su orquesta, en una época de marcada tendencia, a que los jóvenes escucháramos música en inglés y prestáramos poca atención, al valor de nuestra música popular. Esa noche, mientras escuchaba la voz incomparable e inigualable del rey del danzón, rápidamente sentí una empatía tal con aquel artista impasible cantando cual ruiseñor sobre el escenario, que sin pensarlo dos veces, arrastré a mi compañera a la pista, justo para colocarnos sobre el centro de la brújula dibujada en el suelo de granito y dejarnos llevar por la suavidad del ritmo, del que desde entonces, he sido un fiel defensor.
Puede ser, que el valor añadido, aportado por lo que en su día fueran los Círculos Sociales Obreros, en la vida de los cubanos, radique justamente, en las facilidades que estos brindaron, a quienes preferían la opción del disfrute urbano de mar y sol, sin que esto implicara largos desplazamientos a las playas del este de la Habana, incluyendo un servicio esmerado y de calidad. Servicio del que muchas personas que tuvieron la posibilidad generacional de conocer lo que fuera “El Club de Ferreteros” podrán estar o no de acuerdo con mi opinión, que no es otra que la emanada de experiencias vividas en primera persona, pero que respetando el criterios, insisto en que lo que yo conocí, lo disfruté al máximo, al punto de no olvidar ni un solo rincón de aquel lugar donde crecí, donde me enamoré, bailé y viví.