El dominó - El Rincon Cubano

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El dominó

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¡Me pegué con el doble nueve!
El dominó, una pasión para los cubanos.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Lo que sentimos los cubanos por el juego de dominó ya está reconocido como parte de nuestra propia identidad. Un juego inventado en China que se remonta a la dinastía Yuan por el siglo X, muy posible que haya llegado a la isla a través de los españoles, Italianos o desde los Estados Unidos, algo que nunca ha estado muy claro.

Vivir desde dentro o como observador una buena partida de dominó, es una experiencia única para el cubano y una mesa de dominó, con sus cuatro jugadores en acción y los mirones alrededor, bien pudiera haber sido objeto de un buen cuadro de cualquiera de los grandes pintores universales y mucho más, ocupar lugar destacado, en los más reconocidos museos de arte en el mundo.

En lo personal prefiero formar parte activa en una buena partida, no es que haya sido nunca un experto jugador, pero si alguien con mucha suerte y esto lo pude vivir en una etapa de mi juventud, trabajando en una importante empresa en La Habana, donde el horario de descanso tras la comida del mediodía, todos, sin excepción, los empleados nos entregábamos al popular juego de mesa. Periódicamente se organizaban encuentros entre las unidades dependientes de la empresa central donde yo trabajaba como contable. Nos trasladábamos a estos centros, las parejas formadas por nuestros representantes, para enfrentarnos a las parejas que a ellos les representaban. También llegamos a disputar campeonatos con otras empresas, ministerios o instituciones.

Mi pareja siempre fue Xiomara, nuestra cajera pagadora, quien en la mesa se mostraba alegre, dicharachera y creadora de su propio lenguaje de comunicación verbal. A cada ficha le ponía un nombre y creó su grito de guerra para cuando quería intimidar al contrario que jugaba a su derecha, pronunciaba algo muy parecido a “wheremining”, que nunca supimos lo que quería decir, ni ella misma tampoco, pero lo hacía con tanta gracia que aquella frase ininteligible pasó a formar parte de su forma de jugar.

Con Xiomara comenzamos ganando las partidas diarias en el comedor de la empresa, seguimos ganando en al menos tres campeonatos contra talleres y almacenes de nuestra empresa y dos que disputamos contra una empresa y un laboratorio, ambos vecinos. Fue entonces cuando ya se organizó un encuentro con el ministerio que nos quedaba a pocos metros de nuestro centro y al que llegábamos con el record de haber perdido muy pocas datas, pero ningún partido de los que disputamos, lo que nos había ganado una reputación entre nuestros compañeros que se sentían bien representados. En lo personal solo le puedo achacar a la suerte haber llegado hasta allí.

Llegado el día del campeonato, representando a nuestra empresa fuimos tres parejas, con mi compañera Xiomara, íbamos como favoritos, algo que no me creía para nada, pero la realidad era que hasta allí habíamos llegado y lo que quedaba era hacerlo lo mejor posible. El nivel de los participantes en aquel encuentro era alto y teníamos que emplearnos a fondo si queríamos disputar el primer lugar, y así lo hicimos.

Comenzamos ganando la primera partida a una pareja de jóvenes que alardeaban de su juego, pero que el final resultó a nuestro favor por una buena diferencia de puntos. En la segunda ronda comenzamos perdiendo por dos datas en las que nuestros contrarios sobrepasaban los cincuenta tantos. Ganamos nosotros la siguiente con un tranque inesperado por parte de Xiomara, lo que nos hizo sumar cerca de los ochenta tantos y para cerrar el partido, ella con una buena data de cincos, logró pegarse para ganar esa ronda.

Ya solo nos faltaba esperar el ganador que resultara entre las dos parejas que disputaban la segunda ronda y así pasar a la definitiva. Llegado el momento de sentarnos a la mesa para discutirle el campeonato a dos experimentados jugadores, un mulato cercano a los sesenta años, con cara de haber jugado al dominó desde la misma cuna y el otro, algo más joven, pero con cara de ser un gran calculador de las fichas que faltaban por poner, nos miramos como dándonos animo sin mediar palabras, ya habíamos llegado más lejos de lo que nosotros mismos nos imaginábamos. Y así arrancó la partida final.

Perdimos tres datas seguidas con aquellos dos monstruos de las fichas y hasta se veía en sus caras como se regodeaban con la victoria que cada vez tenían más cerca. Pero tuvieron que esperar a reponerse del contragolpe que les dimos al ganar tres datas seguidas en las que acumulamos pocos puntos pero que casi nos igualó en tantos. En la penúltima data nos ganaron por un tanto de diferencia, nosotros al virarnos teníamos un cinco-blanco y ellos se viraron con el tres-uno. Ya solo faltaban diez tantos para que alcanzaran los cien y a nosotros nos faltaban doce. Comenzó la mano en la que me tocó una buena data a nueve, pero para mi mala suerte fue la misma data del jugador sentado a mi izquierda. Razón por la que tuve que dedicarme a matar todos los nueves que tiraba a la mesa para evitar el pase de mi pareja.

Cuando solo me quedaba una ficha, ésta era el doble nueve, sin muchas más esperanzas de colocarla y que me la contaran, lo que significaba la derrota definitiva. Pero sucedió algo imprevisto, el joven calculador, dueño de los nueves en esa data, hizo como que contara la mesa una y otra vez, miro mi mano que apretaba aquel doble nueve fatídico a esa altura de la partida y levantándose de manera ostentosa golpeo la mesa con una de las fichas que le quedaban en la mano a la vez que decía- a contar señores que esto se trancó aquí mismo-. El rostro le cambió en cuestión de milésimas de segundos, cuando suavemente descubrí aquella ficha de nácar llena de huequitos negros, “la caja de laguer”, como le decíamos, le había robado el campeonato. Entonces ante el estupor de Xiomara, casi salté por encima del veterano jugador a mi derecha, que se había quedado pasmado con el resultado y mirando cómo nos abrazábamos y bailábamos de la alegría.

Así fue como nos convertimos en los campeones del dominó, reinado que nos durara hasta que un día aciago la empresa ardiera en un extraño y asolador fuego que destruyó muchos sueños y la estabilidad laboral de los que la integrábamos. Desde aquel día nunca más la suerte en el dominó me ha asistido, porque dejé definitivamente la competición de tan apasionante juego para solo regodearme en el recuerdo que una vez para ganar en reputación, me pegué con el doble nueve.


 
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