Donde la punzá del guajiro daba gusto.Artemisa la capital del batido de plátano.
Por Oniel Moisés Uriarte.
Nadie en la isla pone en duda, que Artemisa, es una de las regiones más fértiles de Cuba, una tierra donde se diera el mejor plátano de la isla y ganara fama por el legendario batido de plátano que se ofertaba en la conocida y céntrica cafetería”La Aurora”, especialidad que se hacía acompañar de un delicioso disco de queso, orgullo de los artemiseños que recibían visitantes de todos los rincones de Cuba buscando comprobar en paladar propio las delicias que allí se ofertaban.
Artemisa es un municipio ubicado a 60 kilómetros al suroeste de la Habana, perteneciente durante muchos años a la provincia de Pinar del Rio, posteriormente a la provincia de la Habana y en la actualidad constituida en provincia, conocida como “El Jardín de Cuba” o “La Villa Roja”, por el color de sus suelos, de ahí que allá por 1968 se comenzaran a sembrar en el territorio, más de 500 caballerías de tierra, con diferentes variedades de plátanos.
Dos años después de aquella siembra, se vieron los resultados con creces, por lo que el 8 de octubre del 70, se funda un establecimiento único en Cuba, que daría servicio a la población 24 horas diarias y produciría un alimento nutritivo, refrescante y exquisito al paladar, el batido de plátano de Artemisa.
Muchas fueron las veces que ya siendo adolescente viajara a tan hospitalario pueblo, siempre buscando la oportunidad de visitar lo que le llamaba “la fabrica de la punzá del guajiro”, mote que se me ocurriera por las ocasiones que llegaba sofocado por el intenso calor y al beber el primer sorbo del exquisito batido, lo hacía con tantas ansias, que enseguida sentía un intenso dolor en el entrecejo, algo que no solo me sucedía a mí, ya que muchos eran los que invariablemente pasaban por la misma experiencia.
Si puedo asegurar, que en varios pueblos de Cuba, se intentó emular con aquel lugar, pero nunca se le pudo quitar el reinado, a pesar de ser un espacio sin ninguna característica especial, todo lo contrario, “La Aurora” no era un centro gastronómico prodigado en higiene, pero la calidad de su producto le hacía único e inimitable.
Nada en aquel centro gastronómico hacía pensar en el proceso industrial que supuestamente por la demanda del producto debía tener. Allí todo era casero, como el batido que en algún momento pudiera hacernos nuestra madre o la abuela. Las batidoras eran de uso domestico, hechas con rudo metal, colocadas sobre una mesa de granito gris que acumulaba todo el liquido que de estas se derramaba, provocando la invasión permanente de un ejército de moscas que revoloteaban también alrededor de las frutas tiradas al suelo en el interior del local a la espera de pasar por las viejas cuchillas de las ruidosas batidoras y ser convertidas en exquisita crema, mezclada con leche y el hielo triturado, que le hacía más fresco que cualquier otra bebida que hubiéramos ingerido en nuestra vida.
Conocí de la excelencia del batido de Artemisa en una etapa de la escuela al campo que nos tocara pasar en aquella zona. Una mañana muy calurosa que viajara acompañado por un profesor de la escuela al dentista de la ciudad paramos frente al local y este me invitó a tomar un batido. Fue la primera “punzá del guajiro” que me diera, pero no fue la última, de esas vinieron muchas más, pero con tremendo gusto. Ya asociaba el batido con la punzá, aunque muchas fueron las veces que antes de entrar lo pensaba y me decía que esa vez no me daría, pero la espera, el intenso olor a plátano maduro y la necesidad de que aquel manjar cremoso y frio, calmara la sed provocada por el intenso calor que hacia afuera, siempre me hacían caer en el mismo punto, mi “punzá del guajiro”.
Para más suerte el trabajo que nos asignaron en aquella etapa, fue justamente, mantener limpias de yerbajos las enormes plantas cargadas con racimos de plátanos, que casi se doblaban por tanto peso. Para esta tarea teníamos que adentrarnos en extensos surcos, totalmente cubiertos por amplias hojas, que daban una sensación de frescor tan agradable, que lo que daban deseos era de sentarse y reposar apoyado a los anchos troncos.
Para entonces, casi todos los muchachos llevábamos al campo, un jarro de aluminio colgado al cinturón y una cuchara en los bolsillos. Nos agenciamos que las cantaras de agua colocadas al extremo del campo, tuvieran hielo suficiente que duraran toda la mañana, entonces entre cuatro o cinco del grupo, compartíamos una lata de leche condensada, las que repartíamos a partes iguales en los jarros, conteniendo plátanos bien cortados que mezclábamos a base de girar la cuchara, hasta conseguir una crema espesa que con el agua fría se diluía y hacia el mismo efecto, con diferencia por supuesto, de lograr un batido de plátano en toda regla. Eso era diariamente, multiplicado por la cantidad que éramos, creo que se debió considerar la pérdida que generábamos pues muy pronto nos cambiaron a la limpieza de cepas, donde ya no había forma de hacer batidos.
De cualquier forma algunos años después, tuve la posibilidad de viajar regularmente a Artemisa y por supuesto a deleitarme con los legendarios batidos de “La Aurora”, mi fábrica de punzá guajira, que a la distancia del tiempo y el espacio, aún tengo frescos en mi memoria.