El Almendares - El Rincon Cubano

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El Almendares

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Por un bosque natural discurre mi Habana.
El Parque Almendares en la capital cubana.
Por Oniel Moisés Uriarte.

En lo personal, no conocí en La Habana, un lugar más placentero que “El Bosque de La Habana”, o lo que es lo mismo “El Parque Almendares”, amplia franja de verde vegetación, a orillas del rio Almendares, en el oeste de la ciudad, que a lo largo de los años ha conservado su estado natural. Sin dudas, uno de los lugares más hermosos de la Habana con un denso bosque tropical.

Comencé a visitarle desde muy pequeño, por tener una de las aéreas infantiles más solicitadas por las familias habaneras para la celebración de los cumpleaños de sus hijos. La mía no podía hacer menos por lo que allí festejamos todos los cumpleaños míos y de mis hermanos. El parque infantil estaba dotado de tantos aparatos, que podíamos pasar horasen aquel espacio al aire libre sin que nos diéramos cuenta del tiempo transcurrido, apurados solo cuando nuestros mayores se cansaban de conversar entre ellos. 

Allí podíamos hacer nuevos amigos con los que jugar, amistades fugaces que duraban regularmente un domingo, condición que cambiara al llegar a la adolescencia en la que ya íbamos por nuestro propio deseo, solos o acompañados. Cuando lo hacíamos solos, la persona que conociéramos nueva, siempre intentando fuera una chica, regularmente poníamos todo el interés para que el encuentro no fuera fugaz como lo fueran los amigos que en la infancia allí conociéramos.

Me gustaba impresionar a la noviecita de por entonces, con mis habilidades para remar por las tranquilas aguas del rio. Aguas que con los años iban contaminándose cada vez más, causados por los residuos de las industrias ubicadas a lo largo de sus más de siete kilómetros y que desprendían olores nauseabundos, que solo emulaban con los del rio Quibú en Playa. Algo que nunca fue impedimento para que los jóvenes acudiéramos al encuentro con la naturaleza.

En el Parque Almendares se podía pasear de día por la ribera del río, o hacerlo a través de la estrecha carretera que cruza por debajo del puente, alquilar un bote, remando rio arriba o rio abajo, según la preferencia personal, comer y refrescarse en la cafetería o al caer la tarde y hasta las nueve de la noche, acudir al Anfiteatro para asistir a algún concierto en la peña de los conocidos cantautores que encontraron allí su espacio idóneo para el contacto directo con su público.

La vida social que se generaba en aquel lugar siempre fue ideal para los jóvenes que buscábamos relacionarnos con gente de nuestra edad o no tanto de nuestra edad, recuerdo que hice un buen amigo en la peña de la trova del parque, era un popular fotógrafo muy popular al que llamaban “El Plátano”, de aspecto desaliñado, pelo recogido en una coleta que comenzaba a cubrirse de un color gris y una barba bien larga y descuidada, un prototipo del hippie de los años 70, con un corazón grandísimo, muy querido por los amantes de la nueva trova.

Si algo debo señalar como negativo del parque, fue lo impropio que era quedarse a romancear mas tarde de las nueve de la noche, horario en que comenzaban a aparecer individuos que solo acudían al lugar con el objetivo de espiar a las parejas de amantes para hacer las más diversas obscenidades a cuenta de ellos. Por lo demás, el Parque Almendares o El Bosque de La Habana, siempre fue mi lugar preferido.

Fue justamente en la estrecha carretera que se extiende a lo largo del bosque donde comencé a hacer las prácticas con la Auto-escuela ubicada frente al Zoológico de la Habana, el instructor de conducción, apellidado Muro, siempre me hacía dirigir el auto hacia el bosque, donde no había mucho tráfico y las practicas podíamos realizarlas con mayor facilidad. Una mañana nos sorprendió un aguacero tan intenso que apenas se veía nada por el cristal delantero y para colmo de males el motor del limpiaparabrisas se detuvo, lo que nos obligara a detener el coche. Lo hicimos debajo del puente, momento que el instructor aprovechó para revisar la escobilla moviéndola de un lado a otro sin resultado alguno. Entonces me sorprendía con una pregunta: <¿Tienes un cigarro?> Sabía que él no fumaba por lo que un poco dudoso le respondí que sí. Saqué de la cartera de mano un cigarro Aromas y se lo acerqué.

Para más sorpresa aún, observé como rompía aquel cigarrillo y extendía la picadura por toda la superficie del parabrisas, subió al coche y me indicó que lo pusiera en marcha. Seguía lloviendo a cantaros por lo que me pareció absurdo la orden, pero como dicen que donde manda capitán no manda marinero, así lo hice y cuál no sería mi sorpresa mayor, cuando salimos debajo del puente y avanzamos bajo la lluvia noté, que aun sin funcionar el limpiaparabrisas, no se había empañado el cristal y podía conducir sin problemas, ¡increíble! Muro me había enseñado un truco que me serviría para toda la vida, aunque en verdad nunca lo he vuelto a necesitar. Y así pude circular por todo el bosque disfrutando del paisaje bajo la lluvia que comenzaba a amainar y que al hacerlo dejara el aroma a yerba húmeda tan agradable que siempre atesoro en mi memoria.

 
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