Cumanayagua - El Rincon Cubano

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Cumanayagua

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En pueblo pequeño, grande la sed del saber.
Cumanayagua, lugar donde creciera mi libertad.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Aun cuando han pasado los años, tengo muy fresco en la memoria, los recuerdos de mis años de infancia y adolescencia, cuando en época de vacaciones, pasara con mi familia los meses de julio y agosto en Cumanayagua, pueblo donde naciera mi madre. Llegar a aquel sitio, donde disfrutar de la libertad que no tenía en la capital, era mágico. No me alcanzaban los pulmones para respirar todo el aire puro que me recibía al bajar del ómnibus, que nos dejaba donde por entonces nacía la calle principal, la misma que nos llevaba a la casa de mis tíos camino del rio, justo frente al instituto.

Desde que amanecía, hasta la hora de dormir en la noche, podían pasar muchas cosas, de ellas, casi siempre todas buenas. Podía montar a caballo, correr por el campo buscando guayabas, jugar a la pelota, lanzarme sobre una yagua por la ladera del monte que bajaba al rio, para luego bañarme en sus frescas y cristalinas aguas, junto a mis primos, entre otras muchas actividades que teníamos para ocupar las 24 horas de una jornada.

El parque frente a nuestra casa, poseía el bien más preciado que en aquellos años un muchacho podía desear, un televisor, protegido por una caseta de madera y cerrado con candado, que el conserje del instituto encendía para el disfrute de todos los chiquillos del barrio, pasadas las seis de la tarde. Terminada la tanda infantil, la opción que nos quedaba, era saltar el muro del instituto, para correr por dentro de un laberinto al aire libre hecho con piedras oscuras, algo que nos ayudaba a ejercitar la memoria, porque entrar era fácil, pero salir, sin hacer trampas, requería que pusiéramos todos los sentidos a funcionar.

Recuerdo las cuatro esquinas que rodeaban aquel instituto, pero en especial la que más cerca nos quedaba de la casa, donde estuvo ubicado durante muchos años el cuartel de la guardia rural, convertida años después en una unidad de policía. Pero recuerdo como si fuera hoy, aquellos largos machetes paraguayos que llevaban a la cintura los guardias y que en la empuñadura lucía la cabeza de un águila plateada, sus sombreros de ala ancha, las polainas abrochadas hasta la altura de las rodillas, los fusiles con bayonetas y caballos alazanes muy altos. Pero sobre todo recuerdo las horas de ocio que pasaba al que le tocaba la guardia de día en el cuartel, recostado a la pared en un taburete dormitando con el sombrero caído sobre el pecho.

Como cualquier pueblo del interior de Cuba, Cumanayagua tenía sus personajes celebres, recuerdo a un muchachito con el pelo muy largo, recorriendo el pueblo sobre un buey al que le colocaba una montura. De él se decía que su padre había hecho la promesa de no cortarle el pelo hasta cumplido los 15 años y recorrer todos los días de una punta a la otra todo el pueblo sobre aquel astado. Otro personaje que recuerdo es a Miguelito, un chico afeminado hijo del herrero de Cumanayagua, quien muy pronto abandonara su lugar para radicarse en la Habana, desde donde un día se fuera a Francia para convertirse en uno de los primeros transexuales operados en el país. Recuerdo a Gil Rivero, el dueño de la que fuera una de las zapaterías más conocidas del pueblo del que éramos vecinos y que nos dejara a todos mis primos y a mí subirnos a jugar a los escondidos entre las montañas de pieles acumuladas en el almacén, donde me gustaba estar por el olor tan agradable que allí se respiraba.

A Cumanayagua agradezco, haberme brindado la posibilidad de subir un día a un autobús muy grande y atestado de libros, que se detuvo frente a nuestra casa y resultara ser la biblioteca rodante, que de pueblo en pueblo, intentaba entre sus habitantes, sembrar el buen habito de la lectura. Y desde aquel día me aficioné a buscar entre las páginas de los libros sus más íntimos secretos. Comencé ese verano por “Los tres cerditos”, continué con “Los tres gordiflones” y para cerrar la temporada estival lo hice con “Los tres mosqueteros”.

Así crecí, año tras años, disfrutando de mis vacaciones en Cumanayagua, lugar al que no volviera nunca más, después que mis tíos emigraran a la capital. Allí quedaron mis mejores años, esos años en los que se forja el carácter y nos hace crecer cada día, en la voluntad de querer ser mejores personas. Por eso cuando lo necesito, vuelvo allí en mis recuerdos, porque estos me hacen vivir la realidad de un tiempo que siempre pudo ser mejor, desde un presente que por más real que sea la necesidad, hacen que el tiempo por mejor que pueda ser, no sea más, que un recuerdo.


 
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