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Cuba, conjunción del tiempo en mi memoria

Memorias > Publicaciones 2019
Cuba, conjunción del tiempo en mi memoria
Recordar no es vivir en el pasado, es honrar.
Por Oniel Moisés Uriarte

Cuando tomé la decisión de emprender el camino de la emigración, lo menos que deseaba, era agobiarme con pensamientos que relacionaran el paso que daba, con la difícil y empedrada senda que se abriría ante mí, sencillamente, porque me sentía seguro y preparado para enfrentar cuanto reto se interpusiera entre el sentido y el propósito, de hacer realidad la fantasía que me había mantenido en total desvelo durante mucho tiempo. Preferí entonces creer, que todo sería mucho más fácil de sobrellevar, porque lo difícil, daba por sentado, ya lo había vivido.

Al emigrar, pretendía echarme a la espalda una pesada carga, cuando era imposible subir al avión tantas necesidades. No cabían en una bolsa de viaje tantos afectos y amores, ni todo el espacio que había recorrido a lo largo de mi vida. No había capacidad para apresar los olores, sabores y colores que hacen tan distinta, especial y única, la tierra que me vio nacer. No podía, por más que lo intentara, cortar el trozo de cielo azul que me correspondía por derecho, para encerrarlo en un mínimo espacio, del que sin dudas, se desbordaría en intensidad. Por otra parte, conociendo lo necesario que es para mí como cubano, el mar azul que baña la isla en toda su extensión, no me fue posible embalsar sus transparentes aguas, ni la más fina y blanca arena que en su fondo custodia, porque el mínimo recipiente donde podía tener cabida, ya iba escaso de espacio, al acopiar abundantes lagrimas que en su momento me tocaría derramar. En fin, como cubano que soy, cuando emigré, no tuve más alternativa que llevarme a Cuba solo en el corazón y mis recuerdos.

Soy de los que la vive en el día a día y se me hace difícil no pensar en ella, por lo que nunca eludo la cuota de añoranza que me toca, de hacerlo, sería negar mi esencia. Soy cubano y no me imagino haber nacido en otra tierra, lo digo no solo por orgullo, lo juro, ser cubano me genera una pasión que solo puede entenderse cuando se tiene el privilegio de ostentar tal condición. Ser cubano me permite la licencia de personalizar la utopía, conocer y convivir con el surrealismo en su estado más puro, objetar y reconocer en un mismo espacio de tiempo, el concepto de hacer patria. Ser cubano es mi compromiso y agradecimiento para los que me han inculcado el amor a la tierra, aún cuando pueda disentir con estos, en pensamiento y acción.

Cierro los ojos y veo, a la vez que siento y vivo, cada rincón que he conocido de Cuba, razón por lo que no me es difícil describirla, a pesar del tiempo y la distancia que de ella me separa. Tampoco olvido a todos los que en el largo camino recorrido, me han acompañado y aún hoy, cuando muchos ya no están físicamente, me siguen escoltando. A los que en la distancia están a mi lado, no puedo menos que agradecerles el ánimo y la fuerza que me infunden, por ellos y por cuantos caminan conmigo de la mano a través de los recuerdos que hacen de Cuba mi tiempo y mi memoria, revivo el pasado a la vez que voy honrando y correspondiendo a la suerte que me ha tocado vivir.

Es importante para mí develar en este artículo, que al tomar el camino de la emigración, le hice un espacio privilegiado en mi valija, a un libro de Martí, en el que plasma su profundo pensamiento crítico. Con este gran cubano no puedo menos que identificarme en el concepto que nos legara sobre “La Patria” del que a manera de ejemplo cito un fragmento de su discurso “Para la Cuba que sufre” pronunciado el 26 de noviembre de 1891 en el Liceo cubano de Tampa, ante sus compatriotas emigrados en Los Estados Unidos y en el que expresa con su verbo más claro estas palabras:

“Se me hincha el pecho de orgullo, y amo aún más a mi patria desde ahora, y creo aún más desde ahora en su porvenir ordenado y sereno, en el porvenir, redimido del peligro grave de seguir a ciegas, en nombre de la libertad, a los que se valen del anhelo de ella para desviarla en beneficio propio; creo aún más en la república de ojos abiertos, ni insensata ni tímida, ni togada ni descuellada, ni sobre, culta ni inculta, desde que veo, por los avisos sagrados del corazón, juntos en esta noche de fuerza y pensamiento, juntos para ahora y para después, juntos para mientras impere el patriotismo, a los cubanos que ponen su opinión franca y libre por sobre todas las cosas,-y a un cubano que se las respeta”.

Leer a Martí desde muy joven, me lo inculcó mi madre, así germinó en mí el orgullo de ser cubano, debe ser por eso que en la distancia describa incansablemente los indisolubles lazos que me atan a Cuba y lo hago a conciencia, al comprender que toca redimirme de las tantas veces que he callado, creyendo que con mi silencio no afectaría a quien se encuentra atrapado en el pasado, ese mismo pasado que se niega a reconocer, que existe un presente en constante transformación hacia el futuro mejor que todos merecemos, a la vez que reconocía entonces, que al callar por tanto tiempo, me he había convertido en cómplice, del olvido que genera la imposición.

Hace mucho tiempo mi madre me descubría al Martí que viviera en propia piel, uno de los exilios más crueles que haya podido sufrir un cubano, a ese Martí que me enseñara a exonerarle del sacrilegio cometido en su nombre, citando un fragmento de su poema Abdala: <El amor, madre, a la patria no es el amor ridículo a la tierra, ni a la yerba que pisan nuestras plantas; Es el odio invencible a quien la oprime, es el rencor eterno a quien la ataca;— Y tal amor despierta en nuestro pecho El mundo de recuerdos que nos llama a la vida otra vez, cuando la sangre herida brota con angustia el alma;— La imagen del amor que nos consuela y las memorias plácidas que guarda!>

Hoy no creo que pueda alguien refutar la verdad que plasmo en mis narraciones, porque en ellas relato, de forma responsable, lo que he vivido y he sido testigo en mi tiempo, pero si aún así, mi expresión es considerada lacerante, entonces no cabe duda alguna que este forma parte de las elites que gestionan la necesidad como única alternativa de vida, imponiendo el eterno agradecimiento por lo realizado de forma burda, infame y despreciable.

Considero así, llegado a este punto de la más sincera confesión personal que haya podido realizar, queden aclaradas para muchos, las razones por las que Cuba fue, es y será por siempre, la más indisoluble y trascendental conjunción, entre tiempo y memoria de un cubano que ha de serle fiel hasta el fin de sus días.

 
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