Cuando la necesidad es esperanza II - El Rincon Cubano

Vaya al Contenido

Menu Principal:

Cuando la necesidad es esperanza II

Memorias > Publicaciones 2019
Cuando la necesidad es esperanza (II parte)
Por Oniel Moisés Uriarte

El Plymouth del 48 fue durante un tiempo mi medio de transporte en La Habana de los primeros años de la década del ochenta. Un viejo automóvil superviviente de la flamante época en la que la capital mostraba orgullosa aquellos coches que muchas veces rodaron en las calles de La Habana antes que en los Estados Unidos.

El exangüe color verde pálido y la maltrecha carrocería que le revestían, no le hacían justicia al potente motor que movía aquel viejo Plymouth, quien en su interior atesoraba interesantes historias protagonizadas por sus anteriores propietarios. Un medio de transporte que en algún momento de su asignación al organismo donde por entonces trabajaba, pudo haber tenido su momento de gloria. Cuando yo le descubrí ya era solamente la tartana entre Ladas, Moskvichs y Volgas que integraban el parque automotor del sindicato. Ninguno de los dirigentes o funcionarios que formaban su nómina se interesaron más por él. Esta fue la única razón por la que tuve el privilegio de ser quien le sacara del ostracismo al que le habían condenado.

Después de haber obtenido el “Aprobado” en el examen del permiso de conducir, tenía que esperar unos días para obtener el carné, por lo que para utilizar el viejo automóvil solo podía hacerlo cuando a mi lado viajara un conductor experimentado. Uno de esos días se celebraba el comité provincial que reunía a todos sus miembros y para el receso debía estar el almuerzo que regularmente se servía en cajitas de cartón las que preparaba el círculo social al que pertenecían los trabajadores del sindicato, para ello entre mis funciones como auxiliar de contabilidad y finanzas debía encargarme de esa tarea, por lo que debía atravesar casi toda la ciudad, desde Centro Habana hasta Miramar, recorrido que hacía por la avenida del Malecón Habanero, el túnel de Quinta avenida y por esta hasta casi el comienzo del Reparto Miraflores.

En aquella travesía me acompañaba mi siempre fiel compañero Arteche, quien hasta parecía disfrutar del viaje respirando a través de la ventanilla la brisa que nos llegaba desde el mar. A la altura del restaurante 1830 y a pocos metros de la entrada al túnel, por esa malísima costumbre que heredamos los cubanos de las películas americanas en las que el protagonista conduce con el brazo apoyado a la ventanilla y entre los dedos un cigarrillo encendido, el nerviosismo y casi desespero se apoderó de mi compañero de viaje cuando vio que el coche enfilaba hacia la pared derecha del túnel ya que la brisa había provocado que la ceniza ardiente del cigarrillo que iba fumando me cayera entre las piernas y para evitar me quemara, intentando sacudirla, dejé de atender el volante, provocando que el Plymouth tomará su propio destino y al parecer este consideraba que empotrarse contra la azulejada pared del túnel era la mejor solución. Por suerte reaccioné rápido y a tiempo de evitar que la colisión fuera más fuerte e hiciera un daño mayor a la carrocería.

Los nervios se apoderaron de mí y mucho me costó volver al estado de tranquilidad que se requiere para conducir. Justo al salir al otro lado del túnel caía una llovizna casi imperceptible y que al parecer en esa parte de La Habana hacia buen rato que un pertinaz aguacero había caído. Lo supe por los embalses de agua acumulada en los bordes de la avenida y porque delante de nuestro coche a solo unos metros una motocicleta circulaba por la vía rápida a insuficiente velocidad y las luces intermitentes encendida, lo que me obligó a colocarme a la derecha y sobrepasarle, tan justo que las ruedas izquierdas del auto en que viajábamos, pasaron sobre un charco de agua renegrida dejándole vacío y empapando al motorista que resultó ser un policía de tránsito.

No puede usted imaginar la reacción que generó en el agente del orden verse totalmente calado por el agua pestilente. Un aluvión de improperios y amenazas fue lo que recibí cuando me exigiera detener la marcha de forma descompuesta y al que no le valieran mis disculpas por el incidente. Todo fue asimilable hasta que con una total prepotencia intentara sacudirme por los hombros y muy exaltado se atreviera a recordarme a mi progenitora. Me cegaron sus últimas palabras y me hizo reaccionar de forma violenta, mi suerte fue Arteche que poniéndose entre nosotros evitó males mayores. Me negué a entregarle mi documentación y puse en marcha el auto para dirigirme a la unidad de policía ubicada al lado del puente que pasa por encima del rio Quibú, donde interpuse una denuncia por abuso de poder del agente en cuestión. De regreso al sindicato y cumplida mi tarea de ese día me fui a uno de los talleres de chapistería de la empresa para reparar el golpe. Todo esto fue con el silencio y complicidad de mi compañero de aventuras.

Días después del lamentable incidente con el policía tuve que ir a Cuba y Chacón para recoger mi Permiso de Conducir y cuál sería mi sorpresa al ver sentado en una mesa, justo en la recepción del edificio, a aquel agente con quien había tenido el altercado. Posteriormente supe que este había sido sancionado porque acumulaba varias denuncias por el mismo motivo que yo había argumentado, su abuso de poder vistiendo de uniforme. Por suerte o no me reconoció o se hizo el que no me conociera, por lo que pasé a su lado sin mediar palabras, subí al segundo piso para recoger mi carné y salí como bola por tronera de aquel lugar.

Cuando nos devolvieron el coche, ya reparada la avería y con la adición de salir totalmente renovado su color verde más vivo y reluciente, los que le vieron no podían reconocerle y hasta después le hicieron algún que otro guiño y utilizaron para cosas muy puntuales. Finalmente el viejo Plymouth quedó otra vez abandonado cuando me fui a trabajar al canal 6 de la televisión.

Alguna que otra vez pasando por la calle donde antiguamente trabajaba lo vi estacionado y deteriorándose, perdiendo su encanto con el paso de los días a sol y sombra y porque aquellos dirigentes con falso orgullo preferían sus flamantes autos nuevos que salvar una historia viva sobre ruedas como fuera aquel, mi viejo y fiel Plymouth del 48.

 
Regreso al contenido | Regreso al menu principal