Charles - El Rincon Cubano

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Charles

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Charles, escarnio de su exhibición.
Uno de los personajes locos de la Habana.
Por Oniel Moisés Uriarte.

Hubo un personaje en la Habana de los setenta que hizo gala de ingenio e imaginación para convertirse en protagonista de la historia que le hizo célebre y reconocido por los habitantes de la capital y que hoy intentaré contar.

Le conocíamos por el apelativo de “Charles”, era un negro viejo, canoso y de piel muy tersa para su edad, bajo de estatura, rollizo y miope, usaba unas gafas de cristal muy grueso, tras los cuales se escondían un par de ojos bien pequeños. Sus diminutas manos nunca se quedaban quietas, acompañando el interminable e incoherente discurso que dirigía a quienes le rodeaban, ávidos, más de burlarse de él, que propiamente escucharle. Sin embargo de aquellas incoherencias podía deducirse queen algún momento de su vida fuera un hombre instruido, llegando a convencer algunos que en su juventud hubiera iniciado la carrera de medicina.

Charles era un eterno caminante, lo mismo le encontrabas en la zona alrededor del cine Payret como podías verle desandar bajo los portales de la calle Reina o subiendo por la calzada de Monte rumbo al Cerro. Llegué a encontrarle por el paradero de la Víbora o en la popular cafetería “La Conferencia” y hasta una vez en la esquina de Mayía Rodríguez y Santa Catalina, en medio de una confusión armada en la estación de servicios. Aquel hombre era incansable.

Pero no todo en Charles era sublime, tenía una cara oculta como la luna, cara que le hacía alejarse cada vez más de los que alguna vez le llegamos a coger afecto, era un exhibicionista en potencia. Su mala afición le creo no pocos problemas, llegando a convertir los alrededores del Capitolio Nacional en su área de operaciones. Pero algo si había que reconocer en el ingenio malévolo de Charles y era la forma muy particular de exhibirse ante las féminas que utilizaban los senderos del parque que rodeaba la edificación.

Charles para sus exhibiciones sexuales vestía una camiseta cortada por encima del ombligo, las piernas cubiertas por las patas cortadas de lo que alguna vez fuera un pantalón, las que ataba por encima de sus rodillas con sendos trozos de soga e iba siempre calzado con unas botas muy desgastadas. Todo aquel casi-atuendo lo cubría un sobretodo de color beige tan desgastado y sucio como sus botas. Cuando veía alguna mujer sola atravesar el parque, se ponía al acecho y ya seguro de no ser observado, avanzaba hacia ella y a pocos pasos de su víctima se abría el sobretodo dejando ver la parte desnuda de su cuerpo.
Aquel modus operandi de Charles comenzó a ser de conocimiento público pero tras varias denuncias que le hicieran, la falta de pruebas le exoneraba de toda responsabilidad. Así estuvo haciéndolo durante algún tiempo y cada vez sintiéndose más seguro. Todo le iba bien hasta el día que la policía montara un operativo para cogerle infraganti.

Cuatro mujeres, miembros del cuerpo policial vestidas de civil, desde el mediodía atravesaban desde la calle Industrias a la calle Prado, cruzando hacia el cine Payret, para desandar el camino nuevamente, algo que hicieron repetidamente hasta que Charles apareció.

Cuentan testigos de aquel lamentable episodio, que cuando Charles se sintió seguro de no ser observado por nadie más que las dos mujeres que se acercaban andando hacia él, se abrió el sobretodo, dejando sus vergüenzas al aire, con tan mala fortuna, que la agente del orden camuflada, la que más cerca pasaba a su lado, no tuvo que esforzarse mucho para lanzarse a por su lánguido miembro viril, mientras otras dos policías se acercaban corriendo por detrás neutralizando sus movimientos y la otra policía que acompañaba a la que actuó como cebo, extraía una cámara fotográfica para dejar constancia del hecho y presentarlo como prueba. Si la ultima parte de la historia de la detención fue o no real, no puedo dar fe porque llegué al lugar atraído por el murmullo del gentío que se aglomeraba alrededor de la parada de la ruta 15 en el lateral del Capitolio, donde se hallaba estacionado un patrullero y Charles sentado cabizbajo en el asiento trasero del auto.

Lo real es que después de aquel día ya no se volvió a ver a Charles por el Capitolio ni por otro lugar de la Habana y si mal no recuerdo algún tiempo después supe que había muerto recluido en un asilo de ancianos. La Habana por aquellos años era una ciudad poblada de pintorescos personajes que formaban parte de una ilustre galería de lunáticos. Charles, aquel negro viejo y miope que se desataba a pronunciar largos discursos cuando los muchachos le gritábamos “Jamonero”, formaba parte de aquella casta de locos nuestros que se fueron extinguiendo con el tiempo y al mismo tiempo que nuestra ciudad languidecia.


 
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