Celina González - El Rincon Cubano

Vaya al Contenido

Menu Principal:

Celina González

Memorias > De mís recuerdos
El privilegio de tocar una estrella
A Celina González, la reina.
Por Oniel Moisés Uriarte.

La sencillez, la nobleza y la humildad, son rasgos afines a los genios que aun en el reconocimiento de sus semejantes no se consideran diferentes ni superiores y mucho menos, con derecho al disfrute de privilegios. Lo sé, porque a lo largo de mi vida he conocido muchos de ellos y he tenido la suerte de compartir de cerca sus experiencias.

Hoy quiero dedicarle mis recuerdos a una mujer que fue muy grande, tanto, que desde su altura fue capaz de dar la mano a otros para que también, por meritos ganados, ocuparan el lugar merecido en el podio de los consagrados. Esta mujer, fue Celina González, la reina de nuestra música campesina cubana.

Como muchos cubanos y cubanas, crecí siendo un ferviente admirador de Celina González, uno de esos seguidores que intentaba no perderme ninguna de sus presentaciones en el programa Palmas y Cañas de la televisión cubana, porque realmente era el único punto de encuentro en el que podía escuchar su voz. Fue precisamente a través de ese programa televisivo donde su privilegiada voz me permitió conocer el poema de Julio Flores, “El Reto”, tonada que como nadie interpretara Celina y que por su manera especial de interpretarla me cautivara para siempre.

Quiso la vida que años más tardes trabajando ya en el Instituto Cubano de Radio y Televisión muchas veces pudiera verle personalmente en el estudio donde se hacía el programa de mayor audiencia de la televisión cubana, Palmas y Cañas, o cuando el programa se hacía en exteriores en bastantes ocasiones viajé a las locaciones donde se realizaban, casi siempre en pueblos del interior de la isla y no fueron pocas las veces que pude ver a Celina cantando en directo las más representativas canciones del repertorio de nuestra música campesina, todo un privilegio.

Recuerdo una vez allá por el año noventa y siete, con la agrupación musical con la que trabajaba por entonces, fuimos a grabar a los estudios de Radio Progreso y en la cabina encontré a Celina sentada en una cómoda silla mientras el editor trabajaba en la mezcla de un tema que recién registrara en su voz. Allí, en aquella esquina al fondo de la habitación, tan tranquila y callada hubiera pasado inadvertida para algunos de los jóvenes músicos que iban entrando y saludando a los presentes, hasta que pude reconocerle y lo hice saber al resto de mis compañeros, que sin dudar fueron pasando uno a uno a saludarle. Cierto es que por entonces estaba muy delgada, producto de la enfermedad que muy reciente atravesara, pero así y todo seguía conservando su belleza tan particular.

Cuando los muchachos de la agrupación pasaron a la habitación donde grabaríamos, me quedé a solas con ella un largo rato, en ese tiempo conversamos de todo un poco relacionado a la música y a su estado de salud y con la sencillez más impresionante descubrí a una mujer de los pies a la cabeza, que no se rendía, que no se doblegaba ante la adversidad, que no cedía su espacio a la enfermedad por más cruda y dura que esta fuera.

Recuerdo de aquella conversación un momento en el cual le confesé mi admiración por ella como la gran artista que era y de la que quedé prendado desde que siendo muy pequeño recortara del interior de una revista Bohemia una página a todo color, donde se plasmaba la estampa más idílica del campo cubano y en la que aparecía en primer plano ella vistiendo un hermoso vestido blanco, el pelo negro como el azabache suelto sobre los hombros y una sonrisa que revelaba el agradable ambiente que la fotografía mostraba. Con mucho pudor se sonrió aun cuando seguramente como mi confesión muchas serian las que había escuchado a lo largo de su hermosa existencia.

Durante el tiempo que duró la grabación de los dos primeros temas se mantuvo en cabina esperando el coche que le recogería, pero aún cuando ya sabía que el chofer le esperaba fuera, tuvo el tiempo para escuchar las grabaciones y con la sencillez que le caracterizara, pero con mucho criterio, nos aconsejó algunas cosas prácticas, para que el resultado fuera totalmente bueno y lo hacía desde el más absoluto respeto, ella que podía hacerlo con total criterio, con el aval de su larga y exitosa carrera, allí entre un grupo de jóvenes músicos era una más. Le vi levantarse con fuerzas de la silla y caminar mientras argumentaba sus consejos, comprendí entonces que era la música lo que le daba el ímpetu que necesitaba para seguir luchando, para sentirse fuerte y así recobrar totalmente la salud.

Su presencia era tan imponente que todo su alrededor se ponía en movimiento con cada palabra que pronunciaba, con cada gesto que su aparente frágil cuerpo realizaba, hasta en su respiración, que por momentos parecía agitada, se denotaba seguridad y fuerza. Cuando abandonó el estudio de grabación fue como si aquel lugar quedara vacio, como si todo se paralizara con su ausencia. Ese es el recuerdo que tengo de aquel momento que estuve tan cerca de alguien tan inmensa como lo fuera Celina González y a la vez tan cercana, entrañable y sencilla mujer.

Con ella aprendí que se puede ser muy reconocido, popular o famoso, pero la esencia, siempre que tengas las cosas claras, primará por encima de todas las vanidades y endiosamientos. Si alguien dudara de su naturalidad que les pregunten a los colombianos en quienes desde su primer viaje allá por 1984 se les metiera en la piel quedando para siempre como un referente de amor, entrega y profesionalidad para los hijos de tan bella tierra. El último encuentro de Celina con su segunda tierra fue en el homenaje que le rindieran en la ciudad de Cali en diciembre de 2010.

El 4 de febrero de 2015 después de una larga lucha contra la enfermedad que le aquejaba desde hacía ya algunos años, dejaba de existir a los 86 la reina de la música campesina cubana, la gran artista y la gran mujer que fuera, al apagarse su vida su legado quedó para la eternidad, considerando que es deber de todo cubano mantener vivo el género musical que diera a conocer al mundo, porque haberla tenido entre nosotros fue un grandísimo privilegio.


 
Regreso al contenido | Regreso al menu principal