Cachita, reina del solar - El Rincon Cubano

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Cachita, reina del solar

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Cachita, la reina del solar.
Por Oniel Moisés.

El solo hecho de escuchar ese diminutivo femenino trae a mis recuerdos aquel pedazo de mulata que vivía en el solar frente a mi casa, era como si su presencia en el patio de aquel inmueble, viejo y despintado lo hiciera más interesante y bello, las veces que yo salía corriendo de la escuela para sentarme junto a mis compañeros del barrio, en la escalera que daba acceso a la segunda planta donde ella vivía, esperando largo rato a que llegará con aquel vestido negro, tan ajustado a su cuerpo y corto que dejaba al descubierto, y ella bien lo sabía, aquellas piernas bien formadas y mucho mas también, mientras subía lenta y rítmicamente pisando los viejos escalones. María de la Caridad trabajaba en una tienda por departamentos en el centro de la Habana y yo creo que empecé a amar el invierno más que el verano, justo por aquel vestido, ya que en verano las tenderas se vestían de blanco y por ser la tela un poco más suelta se perdían sus formas esculturales y eso no me parecía bien.

Recuerdo que vivía en el cuarto 12, con un hombre blanco, fuerte, de unos treinta años, que jugaba béisbol en un equipo provincial, le llamaban “Pototo” y aquel apodo me sonaba muy grotesco al igual que su forma de ser, contrastando con aquella diosa. La de veces que soñé que estaba rescatando a Cachita, (que así le llaman a las Caridad en Cuba), bate de béisbol en mano y cayéndole arriba a Pototo, el blanco orangután.

Un siete de septiembre, víspera de La Caridad del Cobre, (Ochún en el panteón Orisha), Esther, la santera del solar había organizado una fiesta para celebrar su santo y por supuesto Cachita no podía faltar a esa cita, una por ser su ahijada, la otra porque donde hubiera ron música y machos, allí estaba la mulatísima. Yo tendría cerca de catorce años por aquel entonces y estaba tan metido con Cachita, como JEPP en el barro. De verla se me erizaban todos los pelos, de tocarla, para que contarte y ese día ella me sacó a bailar, recuerdo que era la canción “Pastorita quiere Guararey”, de la incipiente orquesta cubana “Los Van Van” , yo no bailaba, flotaba, me retorcía de puro gusto y lo que más quería en esos momentos era que el disco se rayara y no acabara nunca, pero poco duró mi entusiasmo, en uno de los giros quedé mirando hacia la puerta y lo que vi fue un bulto, un toro enfurecido, allí estaba Pototo, que dos veces me había sorprendido tirado en la escalera mirándole el trasero a su mujer, cuando esta llegaba de trabajar, recordé que me había advertido que si me veía mirándola, nada más que mirandola, me rayaba un cocotazo que iba a acordarme de él toda la vida, oye, lo prometido fue deuda, se me acercó y yo que me había cortado el pelo recientemente sentí que desde el cogote hasta el remolino de mi cabeza subían unos nudillos que iban sacando chipa a mi cuero cabelludo. Solo escuché la frase “te lo advertí cabrón” y acto seguido una mano que bajo con todo el peso de noventa y cinco kilos de peso, puño cerrado y con el nudillo del dedo del medio sobresaliendo por encima de los otros, luego de ser humedecido por aquellos boca rabiosa. ¿Que si me acuerdo?, fíjate que lo estoy escribiendo, nunca he podido olvidar el dolor y el chichón, ah y el favor que me hizo Pototo de enseñarme a no mirar la mujer de otro. 

Pero tampoco olvido la rabia que me dio aquel acto de venganza y busque la mía, cuando al parecer ya todo se le había olvidado, se sentó en un sillón, con un vaso de ron Caney en su mano derecha, mientras en la otra sostenía un humeante puro. Ya cerca de las doce de la noche cuando todos se aprestaban a realizar los cantos y rezos a Ochún llegado su día de celebración, Pototo se levantó, momento que aproveché para vaciar en el sillón una jícara que contenía abundante miel de abeja, untando su respaldo y apoya brazos, todo quedo empavesado de miel, pegajoso total. Cuando se sentó nuevamente y se encontró con aquello, no hizo ni por moverse, quedo quieto, sus pantalones, la camisa la pulsera del reloj, todo estaba untado de miel. De más está decir que para mí se acabó la fiesta.

Muchos años después encontré a Pototo en el aeropuerto de Ciudad México, al momento nos reconocimos, me estrechó la mano y nos abrazamos, fue un abrazo sincero mientras me decía al oído “ cabrón” y nos reímos mientras me confesaba que yo aquel día le había hecho un favor. Vivía en Tijuana, desde hacía cinco años, ya estaba retirado del deporte activo y entrenaba a un equipo de Béisbol, se había casado con una mexicana y tenía tres hijos, al igual que yo iban de vacaciones a Cuba. Al preguntarle por Cachita, se le reflejó en los ojos una pequeñita luz de alegría, me respondió que nunca más la vio, que le había engañado con un comisionado de Béisbol y la había dejado poco tiempo después de aquella fiesta, yo por entonces comencé a estudiar interno en  una escuela fuera de la ciudad y ella junto a su madre se había mudado del solar. 

Yo tampoco la había visto más, cosa que para mí, fuera una lástima, porque de verdad que aunque pasaron los años yo no olvidaba aquella mulata, como tampoco olvidaba aquel cocotazo feroz que me propinara Pototo en un arranque de celos. Le pregunté por qué me decía que yo le había hecho un favor y me lo explico así de sencillo: “Yo siempre fui corto para las mujeres, guajiro al fin me costaba mucho ligar, lo de Cachita fue un chiripazo, por ese tiempo yo estaba en el mejor equipo de Béisbol de la capital, cuando ganamos el campeonato nos hicieron una fiesta y ella estaba allí, me la presentaron, se me insinuó y ya tu sabes, ahí mismo aproveché. Pero a partir de ese día que me llenaste de miel de abeja en la fiesta de Ochún, no te imaginas la cantidad de mujeres que se me daban y yo aprovechando la racha me tiré por la calle del medio, Cachita que era muy orgullosa y celosa, un día me agarró saliendo de un hotel con una rubia y se puso frenética, no te imaginas como le agradezco que por venganza me pegara los tarros con mi jefe y no que me cortara los güevos con una tijera como me había amenazado. Además, Esther la santera me dijo aquel día de la fiesta que lo que tú me habías hecho, era una obra para romper los amarres que me había hecho Cachita.

Así que yo allí, al pasar los años, me enteraba que involuntariamente había colaborado a hacer de aquel pedazo de bestia, un bocado suculento y empalagoso para las féminas. “Nada, que el que nace pál panal, del cielo le cae la cera”.

De Cachita solo me queda el recuerdo, hoy con el paso de los años, debe haber perdido mucho de aquel brillo y tersa piel que cautivaba, de cualquier manera debo reconocer, que fue bonito mientras duró. Aquella visión escultural que caminaba contoneando su cuerpo de forma rítmica y provocativa, durante muchos años fue el ideal de mujer inalcanzable que la suerte no me deparo, ¿por qué?, no los se, pero de cualquier manera, lo pude asimilar bien.

 
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