Desde finales del año 85, comenzaron a repetirse en Cuba palabras como “Perestroika” y “Glasnost” que escuchamos hasta muy entrado el año 91, equivalentes al concepto desintegración de la Unión Soviética y los países que componían el campo socialista. Ya para entonces ni la revista Sputnik podía encontrarse en aquellos quioscos que un día aparecieron por toda la Habana en los que se ofrecía desde un periódico, hasta una cortina de bambú.
El preludio de lo que se avecinaba se escucha en un discurso el 1º de Enero de 1990 donde se designa como “El año 32 de la Revolución” y en el que anuncia la muy próxima declaración en Cuba del “Periodo Especial en tiempo de paz”, aunque el 28 de Diciembre de 1989 en un encuentro con estudiantes en la Universidad de la Habana, se habla por primera vez de lo que sería ese momento, llegado el caso de ser aplicado. Ya en Marzo de 1990, en el V congreso de la Federación de Mujeres Cubanas, se exhortaba a sus participantes a cuidar las prendas de vestir que lucían para la ocasión, ya que era muy probable que en el próximo encuentro, a la vuelta de unos años, tuvieran que volver a utilizarlas. Y así, dicho y hecho, como por arte de magia, comenzó aquel periodo, que por suerte para nosotros los cubanos la aplicación de la “Opción cero” fue solo un concepto que nunca llegó a aplicarse.
Instalado ya el Periodo Especial entre los cubanos y cubanas, de la noche a la mañana desapareció el mercado paralelo, como se le llamó a la red de establecimientos comerciales donde por un precio diferenciado se pudieron adquirir artículos personales, para el hogar, herramientas de trabajo o cuanto pudiera necesitarse para la vida cotidiana, todo ello, en un periodo de poco menos de ocho años, hasta llegado el noventa. Con la llegada de aquel Periodo Especial quedaba atrás la época en que los cubanos podíamos comprar las camisas Yumurí, los vaqueros Jiquí, Lois, Levis, las zapatillas Adidas, zapaticos de Primor para las féminas, los zapatos Sergio Valentis para los hombres, los juguetes básicos y adicionales para los más pequeños, los relojes Poljot, las cámaras fotográficas Zenit, los radios VEF o Selena, los aire acondicionados BK , las lavadoras AuriKa, los tocadiscos Arkkord, se acababa la asignación de los autos Lada, Moskvich o los Polkis, ya no se ofertaría nunca más la vuelta a Cuba y tampoco se podría optar en los centros de trabajo por los viajes a los países socialistas. Con la extinción del campo socialista todo aquello desaparecía como por arte de magia, al entrar Cuba de lleno, en su “Periodo Especial en tiempo de paz”.
Llegado el “Periodo Especial” Cuba se apagaba de punta a punta, pasamos a tener “Alumbrones” más que apagones eléctricos, las fachadas de casas y edificios comenzaron a decolorar de forma vertiginosa, eso cuando el mal era menor, pues la falta de mantenimiento provocaba la aparición en el paisaje urbano de apuntalamientos como medida de precaución ante la amenaza de derrumbes.
Los pocos más de 2500 ómnibus con que contaba la capital para su transporte urbano, habían envejecido, convirtiéndose en una necesidad imperiosa su sustitución, surgiendo así tres variantes de Ómnibus Girón fabricados en Cuba, luego el Ikarus 260 de procedencia húngara y por último el tristemente célebre “Camello”, monstruo automotor que desbordó la picaresca del habanero, cuando no agotara su paciencia o despertara los más salvajes instintos, fruto del desespero y la incomodidad. Con la desaparición vertiginosa de aquel parque automotor, en la noche Habanera se podía caminar por el centro de cualquier avenida por importante que esta fuera y hasta sentarse sobre su asfalto durante largo rato sin ningún tipo de preocupación, porque literalmente, como lo digo, no pasaba nada, nada de nada, ni autos, ni camiones, ni ómnibus, nada, bicicletas si, todas las que no habíamos visto a lo largo de nuestra vida.
Tener un automóvil en “Periodo Especial” se convirtió en todo un lujo para el cubano y ponerlo en marcha en todo un reto, ya que de los ciento veinte litros de gasolina mensuales que se asignaban a los propietarios, la cuota se redujo a veinte litros. Pero intentar convertir ese bono en líquido para el depósito del automóvil, era toda una epopeya, de ello puedo dar fe porque en lo personal lo viví. Recuerdo que en Marzo del 90 buscando una estación de servicios donde canjear el bono, las recorrí todas, una a una, desde la calle Merced en la Habana vieja, hasta encontrar una larga fila en la gasolinera del Mónaco, barrio perteneciente a La Víbora en el municipio 10 de Octubre, a donde llegara a las nueve de la mañana, invirtiendo ocho horas de paciente espera, hasta que me tocara mi turno muy cerca de las cinco de la tarde.
Con la llegada del año 90, mientras estudiaba en la Facultad de Economía de la Habana tuve que subir tres veces por semana, peldaño a peldaño, los diez pisos que me separaban de las aulas, los ascensores allí estaban de adorno. A diario entre semana, noche por noche, tenía que caminar más de cincuenta cuadras de regreso a mi casa y los fines de semana pedalear kilómetros y kilómetros sobre una recia bicicleta china, para ir hasta la playa de Bacuranao, al Este de la Habana. Aproveché para dejar de fumar dado el astronómico precio que llegó a alcanzar una cajetilla de cigarrillos. Reducir la alimentación y ceñirla a las escasas ofertas de por entonces, la masa cárnica, el picadillo de soja, el jurel, el fricandel, los chicharos y el arroz y mi hernia hiatal adaptarla a campear las crisis con el kilo de leche en polvo entera que tenía que estirar para que durara todo el mes.
Mirando la foto que tengo entre mis manos tomada en aquel año 90 cuando recién cumplía mis primeros treinta y tres años de vida, en ella estoy irreconocible, en un peso que ahora mismo ni con la más férrea dieta a la que me someta podría lograr reducir mi cuerpo a los apenas 60 kilos que por entonces tenía y aquel edificio donde nací, el mismo que sirviera de fondo a la fotografía, de ser un confortable y multifamiliar lugar de residencia, bastó poco tiempo de aquel periodo para que se le declarara inhabitable.
Para entender todo esto es bueno recordar que con la llegada en 1981 de Ronald Reagan a la presidencia de los Estados Unidos y George.H.W.Bush como vicepresidente, se especulaba con la posibilidad de una agresión militar a Cuba. Por esa misma fecha los dirigentes soviéticos comunicaron a las autoridades cubanas que en caso de bloqueo, invasión militar o bombardeo a la isla, no intervendrían. A la etapa en que se llegara a esa contingencia extrema y a los planes elaborados para enfrentarla, se le denominó “Periodo especial en tiempo de guerra”.
En 1989, sin el apoyo material de la URSS, Cuba se vio en la misma compleja situación que en el caso de que el país hubiera tenido que enfrentar sin ayuda una agresión militar. Por tal razón al período de grandes dificultades económicas que comenzaba a vivirse se le denominó "Período Especial en Tiempo de Paz", o sea, si por entonces Cuba hubiera sido agredida, las consecuencias hubieran sido las mismas que las que vivimos sin producirse tal agresión…
En resumen, el “Periodo Especial en tiempo de paz” para el pueblo cubano significó, la decadencia de ciudades, pueblos y campos, deficiente abastecimiento alimentario, intensos cortes de electricidad, considerable disminución del parque automotor, desaparición casi total de su flota pesquera y mercante y la vuelta a sistemas rudimentarios de producción agrícola, por solo mencionar algunas de las tantas calamidades que tuvimos que sufrir en carne propia.
Y todo esto sin contar que aún nos quedó siempre una opción limite en caso de que el desabastecimiento hubiera llegado a ser total, esta seria “la opción cero”, lo que significaba para los cubanos, casi como volver a una sociedad y economía del siglo dieciocho, solución que que por suerte nunca se aplicó, con haber regresado al siglo diecinueve ya nos bastaba.
Pero si algo me anunciara que en Cuba las cosas no estaban funcionando bien, fue el hecho que el 26 de Diciembre de 1986 en la clausura de la sección de la Asamblea Nacional del Poder Popular escuchara la frase “Ahora si vamos a construir el socialismo”, afirmación que motivó me preguntara ¿y que hemos estado haciendo hasta ahora después de veintisiete años?
Por entonces trabajaba en el canal 6 de la Televisión cubana y en la sala Internacional veía los materiales que se recibían por satélite desde la Unión Soviética. Por asociación de ideas concluí que la frase mucho tenía que ver con el hecho de que ya para aquella fecha comenzaban a moverse los cimientos del campo socialista y no me equivoqué. Los tres años siguientes fueron puro espejismo en el oasis, y en el cuarto año, aquel 90, ya caminábamos en medio del desierto, abandonados a nuestra propia suerte.
Del saber popular siempre escuché decir la frase “Cualquier tiempo pasado fue mejor”… que nos lo digan o pregunten a los cubanos, a los cubanos que vivimos el “Periodo especial en tiempo de paz”. Sin lugar a dudas, ninguno daría por cierta tal aseveración, por haber sido el más difícil, doloroso y precario tiempo que nos tocara vivir.
Llegados a este punto y a manera de cerrar este capítulo, muy a propósito puede venirnos la canción que servía de presentación a “San Nicolás del Peladero” el programa humorístico de la televisión cubana que en su letra rezaba: “QUE TIEMPO AQUELLOS QUE YA PASARON Y QUE CONVIENE RECORDAR, PARA QUE EL PASADO SEA PASADO Y NO PUEDA NUNCA REGRESAR” ¿A que a muy a manos nos viene… no crees?